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En una época determinada, Alemania fue uno de los lugares nucleares del mundo, si no su propio núcleo. La cultura y, en especial, la ciencia ... germana, marcaban el camino a seguir; sus universidades se llenaban de estudiantes de todas las partes del mundo y el país generaba más premios Nobel que cualquier otro. Esto se acabó en 1933 y es difícil que vuelva. Hubo también una época en la que fue la potencia militar más fuerte del mundo, temida por muchos y admirada por algunos. Esta época también finalizó y aquellos anhelos y aspiraciones se volatilizaron al igual que los motivos y el sentimiento de superioridad. Posteriormente, tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, Alemania se convirtió en la locomotora económica de Europa y en una de las principales del mundo. Y eso parece que también expiró tras caer el país teutón en una crisis económico-existencial desde el inicio de la guerra de Ucrania.
Y en esta tesitura, ¿qué cabe decir respecto al futuro? Las elecciones del próximo domingo en las que la ultraderecha de la AfD quedará, salvo debacle inesperada, en un segundo lugar en las preferencias de los electores, nos obliga a preguntarnos ¿con qué grado de profundidad está arraigada actualmente la democracia en el país teutón? Y si podrá resistir el embate de las fuerzas antisistema que la amenazan desde los extremos y desde un centro inoperante incapaz de resolver los problemas que se plantean en su vida diaria y que está lanzando a sus ciudadanos hacia el extremismo más radical, al igual que ocurre en otros países europeos. Aunque los alemanes se han habituado a esperar demasiado de sus gobiernos, desde que hace un tiempo asoman negros nubarrones en su horizonte la desafección ciudadana se manifiesta en una clara disminución de su participación electoral y en un menguante apoyo a los partidos centrales del sistema, cristianodemócratas (CDU) y socialdemócratas (SPD).
Los millones de alemanes que acudirán a las urnas en estas elecciones anticipadas del día 23 de febrero (las cuartas después de las de 1972, 1983 y 2005) y generadas por el coma de la coalición gubernamental (SPD, FDP, Verdes) y la grave crisis que asola el país, decidirán su futuro y por ende las directrices del europeo. Veremos nacer una nueva coalición (Gran Coalición, Kiwi, Kenia, Jamaica, Alemania, Mora, etc.) que marginará a los ultraderechistas de la AfD liderada por Alice Weidel y en la que la victoriosa CDU de Friedrich Merz tendrá que buscar aliados. Olaf Scholz (SPD), Robert Habeck (Verdes), Christian Lindner (FDP) y Sahra Wagenknecht (BAW) serán comparsas a la par que importantes opciones con las que buscar acuerdos.
La acentuada crisis estructural que padece el país obligará al nuevo gobierno a enfrentarse a los numerosos retos de la economía más potente de la UE. De su éxito depende no sólo la estabilidad de Alemania sino la de la propia Unión. Superar los tiempos convulsos del presente; reinventarse tecnológica, digital e industrialmente; bregar con el problema poblacional y la falta de mano de obra cualificada y refundar su modelo económico, son demandas imprescindibles. Como también lo es, y ésta en dimensión europea, la necesidad de impedir que los enemigos del sistema accedan al mismo para destruirlo y que se nutran de los votos de una joven generación que, ante las dificultades que plantea la actual situación política, económica y laboral vuelve, una vez más, sus ojos hacia los cantos de sirena de propuestas mendaces y destructivas. Una Alemania sólida y vigorosa promueve una UE similar, lo contrario ya lo conocemos.
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Ana del Castillo
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