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Zigor Aldama
Jueves, 6 de octubre 2022
El gas natural nos calienta en casa, es imprescindible en procesos industriales que requieren de altas temperaturas, e incluso se ha convertido en un factor clave de la transición energética porque es la principal tecnología de respaldo para la generación de electricidad en las centrales de ciclo combinado. Cuando no hay sol para la fotovoltaica ni viento para la eólica, y además la sequía merma la hidroeléctrica, se enciende el gas.
Pero también es la chispa de grandes conflictos geopolíticos capaces de provocar graves crisis económicas y se utiliza como arma de guerra. Lo ha confirmado la invasión rusa de Ucrania, cuyas consecuencias económicas Europa sufre debido al chantaje gasístico de Moscú y al efecto bumerán de las sanciones que ha impuesto al país más extenso del mundo y el mayor productor de gas natural.
Pero la madeja que tejen los gasoductos y las rutas marítimas de gas natural licuado (GNL) llega mucho más lejos y enmaraña a cuatro continentes. Incluso España se ha convertido en foco de tensiones: las del peligroso triángulo que dibuja con Argelia y Marruecos, y las que enfrentan a Francia con el frente común que han formado Pedro Sánchez y Olaf Sholz.
Mientras tanto, el gran beneficiado de esta inestabilidad es Estados Unidos, que multiplica exponencialmente sus exportaciones de GNL a Europa, aunque el Viejo Continente tenga que pagar el combustible a precio de oro y mirar para otro lado cuando se señala que ese combustible se obtiene a través de la desterrada técnica del 'fracking'.
Rusia esconde casi una cuarta parte de todas las reservas de gas natural de la Tierra. Unos 37,4 billones de metros cúbicos. La mayor parte, sobre todo el que fluía hacia Europa a través de los dos gasoductos Nordstream, se concentra en los yacimientos de Yamal, en la parte occidental de Siberia. Pero también cuenta con importantes reservas en el Mar Caspio y en el centro del país, por donde discurre el Power of Siberia, la fina arteria que conecta Rusia y China.
Desde que el pasado 24 de febrero Vladimir Putin puso en marcha su 'operación militar especial' contra Ucrania, el gas natural se ha convertido en un arma de doble filo y en la pesadilla socioeconómica de Europa. Lo primero, porque Putin ha sido consciente en todo momento de que tiene en sus manos la capacidad para que los europeos pasen frío en invierno, aunque eso suponga arriesgarse a dejar de recibir las divisas con las que financia la guerra, porque el 40% del presupuesto público del país procede de las exportaciones de combustibles.
Y lo segundo porque, aunque no se ha sancionado aún el gas y Europa ya ha logrado llenar el 80% de sus reservas, la especulación y los cortes en el suministro, que el sabotaje de los gasoductos Nordstream ha hecho permanente, han disparado los precios y, por ende, la inflación de la Eurozona.
Consciente de que su actitud ha provocado una desesperada búsqueda de alternativas que acelerará la transición energética y se convertirá en una losa económica a largo plazo, Rusia mira a sus aliados para compensar la pérdida de exportaciones a Occidente. China e India se han convertido en su principal colchón. Las dos potencias asiáticas, necesitadas de combustibles para apuntalar el crecimiento económico, aprovechan para adquirir gas a precio de ganga, y China incluso licúa el que le llega en estado gaseoso y lo vende después mucho más caro a otros países, incluida España.
El problema es que las conexiones entre Rusia y Asia son mucho más rudimentarias que las que la unen a Europa. De hecho, el Power of Siberia es la única conexión directa con China, y solo alcanzará los 38.000 millones de metros cúbicos (38 bcm) al año en torno a 2025. Es un volumen muy inferior a los 155 bcm que el año pasado envió a Europa, por lo que Rusia y China parecen haber convencido a Mongolia, un país no alineado y sin infraesctructura gasística, para que el Power of Siberia 2 cruce su territorio y sea el vehículo para 50 bcm de gas natural más, una capacidad similar a la de cada uno de los Nordstream.
Muchos ven este giro como una confirmación más de que el orden mundial ha cambiado para girar hacia Oriente. No obstante, China es reticente a dar un apoyo claro a Putin y mantiene una incómoda equidistancia, similar a la de Turquía, que es aliada de Putin y destino de los gasoductos Blue Stream y TurkStream -que discurren por el Mar Negro con capacidad para 47,5 bcm-, pero también miembro de la OTAN y suministrador de drones muy efectivos al ejército ucraniano. Mientras tanto, India es la que más ha incrementado sus compras de gas sin miramientos, como si el conflicto no tuviese nada que ver con ella.
Uno de los elementos que más ha dejado en evidencia la guerra del gas entre Rusia y Ucrania es la importancia estratégica de España como puerta de entrada del gas que Argelia extrae del yacimiento de Hassi R'Mel. El flujo a través del gasoducto procedente de ese país permite asegurar el suministro a la península ibérica, que además cuenta con una diversidad de proveedores muy superior a la del resto de Europa gracias a la red de regasificadoras en las que puede procesar el GNL para convertirlo en el gas que se puede volcar en la red doméstica.
No obstante, la ruptura de relaciones diplomáticas entre Argelia y Marruecos por la cuestión del Sáhara, que el año pasado provocó el cierre del gasoducto Magreb-Europa (con capacidad para enviar 12 bcm a través de territorio marroquí), se ha convertido en un quebradero de cabeza para España, enfrentada con un difícil dilema: reconocer la postura de Rabat -y de Estados Unidos- y airar a Argel, lo cual también supone dar carpetazo a la histórica demanda de un reférendum de autodeterminación para el pueblo saharaui, o mantener la política anterior sobre la excolonia y aventurarse a represalias marroquíes en forma de ola migratoria. El Ejecutivo de Pedro Sánchez optó por la primera opción y estuvo a punto de provocar el cierre de la segunda conexión con Argelia, el Medgaz, que tiene una capacidad de 8 bcm y discurre bajo el Mediterráneo directamente entre ambos países.
Aunque la sangre es este rifirrafe diplomático no llegó al río, sí que ha dado ventaja a Italia en sus negociaciones con Argelia. Y, de esta manera, el país transalpino ha logrado desbancar a nuestro país como principal importador del gas argelino, aunque no cuenta con un gasoducto directo y debe utilizar el Transmed que discurre vía Túnez. El objetivo de Roma es alcanzar los 6 bcm este año, un volumen discreto que, sin embargo, permite a Italia reducir su dependencia de Moscú.
Puede que España y Portugal dibujen una península en el mapa de Europa, pero en términos energéticos son una isla. Porque los dos gasoductos que la unen a Francia a través de territorio vasco y navarro son minúsculos, permiten enviar únicamente 8,7 bcm al año -5,3 por Irún y 3,6 por Larrau-, e impiden desarrollar el potencial de España como suministrador alternativo de gas a Europa.
Claro que esta peculiaridad también tiene aspectos positivos. En primer lugar, ha sido clave para que haya diversificado sus proveedores de gas. «Desde hace 30 años, España paga una prima para tener diversidad de suministro, cuando lo fácil era recibir el gas de Argelia, porque entendió que, geopolíticamente, le daba una ventaja que Europa ha obviado. No puede haber una fuente de suministro única», explicó hace unos días en Bilbao el presidente de Repsol, Antonio Brufau. De esta forma, por una vez, España está mejor preparada para afrontar una crisis que Alemania, cuya dependencia del gas barato de Rusia había desincentivado la construcción de regasificadoras como las seis que tiene España y que ahora trata de suplir con infraestructura flotante.
Por otro lado, las características del mercado peninsular han servido para convencer a Bruselas de que se permita poner techo al precio del gas en España y Portugal, ya que se trata de una medida que no afecta al resto del mercado, y eso ha mitigado el imparable alza del precio de la energía en las facturas de la ciudadanía.
No obstante, hace ya casi quince años que España propuso a Francia incrementar la interconexión a través de un nuevo gasoducto, el MidCat, que podría enviar desde Cataluña hasta 17 bcm anuales al país galo. Para nuestro país se trata de un proyecto relativamente sencillo que, según anunció la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, «podría estar listo en ocho meses» con una inversión de unos 450 millones de euros.
Alemania, esperanzada, apoya ahora con entusiasmo el MidCat. Pero, al otro lado de los Pirineos, sin embargo, no hay ningún entusiasmo por el proyecto. Porque se considera excesivamente costoso para un país que apuesta por la energía nuclear como respaldo a las renovables, ya que la inversión necesaria como poco duplicaría la de España. Además, se considera un proyecto con una vida util limitada, ya que el gas irá perdiendo peso como tecnología de respaldo del sistema según avance la transición energética, y tampoco convence la posibilidad de que sirva en el futuro para canalizar hidrógeno verde, cuyas características son muy diferentes. No obstante, ante el frente común creado por Madrid y Berlín, Emmanuel Macron ha suavizado su postura inicial y parece ahora más abierto a considerar el proyecto.
En la complicada coyuntura actual, tras la devastada Ucrania aparece otro claro perdedor: Europa, acuciada por una crisis económica que da al traste con la recuperación iniciada tras la pandemia. Pero también surge un claro ganador: Estados Unidos. Washington no solo está sacando chispas a su industria armamentística, también hace caja como nunca exportando gas natural licuado en metaneros. Tanto que, por primera vez, este año superará a Argelia como principal fuente de gas en España. Ha pasado de suministrar el 11% del total a superar el 35%. Y eso que su combustible es mucho más caro, ya que no llega a través de un tubo y requiere ser licuado y regasificado antes de ser utilizado en la red.
Este hecho, sumado a las numerosas declaraciones de políticos americanos criticando con dureza el gasoducto Nordstream 2 -que conecta Rusia y Alemania pero que no ha llegado a entrar en funcionamiento debido a las tensiones políticas-, hace que muchos alimenten la teoría de que ha sido el país de las barras y estrellas el que ha saboteado los gasoductos rusos en el Mar Báltico. Al fin y al cabo, la suspensión definitiva del flujo que Vladímir Putin ya había cortado es una gran noticia para los productores de GNL estadounidenses.
Pero esta teoría de la conspiración tiene un problema: la superpotencia americana no tiene capacidad para surtir más gas a Europa, que recibía de Rusia en torno al 45% del que consume. En primer lugar, porque su 'stock' ya era limitado cuando comenzó la invasión -un 17% menos que la media del último lustro-, los yacimientos existentes están bajo mínimos, y añadir plantas de extracción y licuefacción -algo en lo que no se invierte debido a la perspectiva de un consumo decreciente- lleva años. En segundo lugar, porque el número de metaneros capaces de transportar el gas licuado también es limitado, y la flota ya está a máximo rendimiento. Además, Europa carece de suficientes regasificadoras como para tratar el GNL que llegue si su volumen se dispara.
Por todo ello, aunque quisiera, Estados Unidos no podría incrementar sus exportaciones de GNL a Europa hasta 2025. A pesar de eso, Joe Biden ha prometido que enviará hasta 50 bcm de GNL al año hasta 2030. Incluso si lo consigue, eso supondría solo un tercio del gas que Rusia proveía antes de la guerra. Así que muchos en el continente miran ya hacia proveedores alternativos, desde Noruega, que ha disparado su superávit comercial gracias a las exportaciones, hasta Nigeria, pasando por los países de Asia Central y el Golfo Pérsico.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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