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Fabian Picardo es un político supersticioso. Muy supersticioso. Por eso convocó las elecciones de Gibraltar el 12 de octubre, Día de la Hispanidad. ¿De verdad que no lo hizo para tocar las narices al vecino de enfrente? «Para nada. Gibraltar no es español y el 12 de octubre no es festivo aquí», responde a este periódico. Y ahora viene la explicación al sortilegio en palabras del propio ministro principal de La Roca. «En Gibraltar las elecciones siempre se celebran en jueves, y el jueves día 12 era el último antes de pasarme de los cuatro años desde la última cita electoral, que fue el 17 de octubre de 2019. Y hay una estadística muy importante. Todos los primeros ministros de Gibraltar que convocaron antes del límite de los cuatro años ganaron las elecciones, y los que lo hicieron solo unos pocos días después, las perdieron; y yo no quería pasarme porque soy muy supersticioso», confiesa Picardo (Gibraltar, 51 años) al que 'asaltamos' mientras apura un café en una pastelería de la gibraltareña Main Street junto a dos asesoras con las que prepara el debate televisivo que tiene por la noche. El Peñón vive inmerso en plena vorágine electoral, y este jueves 25.000 llanitos están llamados a las urnas en unos comicios reñidos como nunca e históricos por lo que hay en juego: nada menos que la desaparición de la Verja y los controles en la frontera terrestre de un territorio no comunitario con España.
Picardo, líder del GSLP (Gibraltar Socialist Labour Party, una formación de centroizquierda) lleva dirigiendo desde 2011 este pequeño vestigio del Imperio Británico que tantos quebraderos de cabeza da a todos los inquilinos de La Moncloa. Gobierna en coalición con los liberales del GLP (Gibraltar Liberal Party), que encabeza Joseph Garcia, el actual viceprimer ministro. El supersticioso Picardo trata de revalidar su mandato por cuarta vez consecutiva. Su principal rival es el abogado Keith Azopardi, del GSD (Gibraltar Social Democrats, de centroderecha), además del independiente Robert Vasquez, que parte sin posibilidades de éxito.
Las elecciones llegan en un momento trascendental en la vida política de la colonia británica, pendiente de la resolución de las negociaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido sobre el estatus de Gibraltar tras el Brexit y que han de enmarcar sus relaciones con la piel de toro. De arribar a buen puerto, el acuerdo puede terminar con 300 años de trifulcas entre España y este trocito de Gran Bretaña que presume de una rica amalgama cultural con fuerte presencia 'british', pero también andaluza, maltesa, genovesa, hindú, marroquí o sefardita, que se traduce en la existencia de cinco sinagogas, dos mezquitas y una docena de iglesias.
24.682 Censo electoral
Gibraltar tiene una población de unos 32.600 habitantes, de los que cerca de 25.000 cuentan con derecho a voto. La política interesa mucho en La Roca y de hecho la participación en las urnas siempre supera el 70%. A las elecciones se presentan la alianza actual de gobierno entre el partido de Fabian Picardo (socialista) y el de Joseph Garcia (liberal) frente al socialdemócrata Keith Azopardi (centro derecha) y el independiente Robert Vasquez, que parte con escasas posibilidades de éxito.
17 Escaños
El Parlamento local cuenta con 17 escaños, que serán ocupados por los candidatos más votados. Los electores pueden marcar hasta 10 nombres, bien en bloque (lo más habitual) o mezclando candidatos. Para los 10.000 españoles que pasan cada día a trabajar a La Roca (que lógicamente no pueden votar) estos comicios tienen su importancia porque el ganador rematará la negociación del tratado entre Reino Unido y la Unión Europea (con Gibraltar y España como países interesados) que podría eliminar la Verja para siempre.
Cuando el Reino Unido decidió en el referéndum de 2016 abandonar la UE (lo que se hizo oficial en febrero de 2020) también su colonia salió del club europeo, pese a que el 96% de los gibraltareños había votado en contra del Brexit. El 31 de diciembre de 2020, España y el Reino Unido suscribieron un pacto de mínimos, el llamado Acuerdo de Nochevieja, para evitar un Brexit duro que blindaría la frontera con controles policiales, inspección de pasaportes y exigencia de visados, un infierno para el tránsito diario de las quince mil personas (diez mil de ellos españoles) que residen en España y se ganan la vida en La Roca.
De esos transfronterizos depende buena parte de las economías gibraltareña (trabajan en el comercio, la construcción, la hostelería, el ámbito sanitario...) y del Campo de Gibraltar, con La Línea, Algeciras o San Roque que enfrían sus insoportables tasas de paro al calor del Peñón.
La desaparición de la Verja –un hito en la historia de desencuentros entre Gibraltar y España– y el libre tránsito por ahí de personas y mercancías conforman el punto estrella de un tratado que no estaba lejos de cerrarse antes de quedar congelado al entrar en funciones el gobierno de Pedro Sánchez, al que ahora se suma el de Picardo. Por eso, su resolución impregna una campaña electoral en la que las cuestiones domésticas no ocupan el primer plano. Esa es la gran baza de Picardo, que se presenta como el dirigente con experiencia que lleva años negociando con políticos y altos funcionarios el definitivo encaje de su tierra en la UE. Frente a él, Azopardi, un prestigioso abogado de 56 años sin galones en la arena internacional, pero que insufla aire fresco y renovación a doce años de poder y desgaste de Picardo.
«Yo creo que los gibraltareños preferirían un cambio, pero tienen miedo a que los nuevos no sepan negociar como lo hace Picardo, así que no sé lo que puede pasar», esgrime Samuel Benzaquen, judío sefardita de 81 años propietario de una tienda de antigüedades en Main Street en la que aún conserva las llaves de la casa de sus antepasados en Lucena (Córdoba) antes de que los Reyes Católicos los expulsaran de su amada Sefarad. El cordial Benzaquen, un señor elegante que viste corbata y remata los puños de su camisa con gemelos de la Union Jack, no quiere ni oír hablar de cosoberanía española, igual que la inmensa mayoría de gibraltareños. Es una línea roja que ni se menciona en el tratado para poder avanzar en otros asuntos. Dicho eso, entre llanitos y españoles de a pie hay buen rollo, con amigos y familiares a ambos lados. «La mitad de Gibraltar tiene casa en España, ¡cómo no vamos a querer llevarnos bien!», exclama el anticuario.
Muy cerca, un grupo de jubilados charla animadamente en la terraza del Latino's, una cafetería con churros a tres libras la ración. «Azopardi representa el cambio, pero Picardo se conoce las negociaciones de la 'a la z'. Aún así el resultado será ajustado», pronostica Tony Morillo, de 66 años y excontable de una de las quince mil empresas (una por cada dos habitantes) que convierten este territorio del sur menos próspero en el cuarto más rico del mundo.
«Nosotros tenemos el trabajo, pero no el personal y el Campo de Gibraltar no tiene trabajo, pero sí personal. Nos necesitamos, y si el tratado sale mal todo se puede ir al garete, empezando porque habrá problemas en la frontera», opina Tony, con «muy buenos amigos» en La Línea, pero asqueado de que la política «lo envenene todo», argumento que ilustra con una anécdota. De niño se hizo una foto disfrazado de torero que mostraba orgulloso a todo quisque hasta que un día escuchó al ministro Margallo decir eso de «Gibraltar español» y entonces la metió en un cajón porque se sintió ofendido. «Si España sigue reclamando la soberanía el problema jamás se arreglará. Yo a mi mujer para casarme con ella la tuve que enamorar, no la traté a garrotazos», ilustra Tony, que aboga por «pensar diferente» para arreglar el conflicto. Y justo 'pensar diferente' está siendo la clave para que, por primera vez, se vislumbre un acuerdo entre las cuatro partes involucradas, el Reino Unido y la UE en primer término, con Gibraltar y España moviendo los hilos por detrás.
«Nunca hemos estado tan cerca de un acuerdo. El mero hecho de que todos estén sentados en una mesa, más de dos años después de haber empezado este proceso, es un enorme avance. Y por primera vez todos reman en la misma dirección, con el mismo propósito y están buscando soluciones a un tema muy complejo, el encaje de Gibraltar en la UE», aplaude Brian Reyes, director del diario 'Gibraltar Chronicle', una cabecera bicentenaria que lleva a gala haber publicado la 'exclusiva' de la muerte del almirante Nelson en las cercanas aguas de Trafalgar el 21 de octubre de 1805.
Al otro lado de la frontera, el tratado se ve como una «oportunidad histórica». Jesús Verdú, profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Cádiz, lo califica de «cambio revolucionario». Si el acuerdo avanza, dice, «se dará la paradoja de que Gibraltar estará más integrado en la UE que antes de la salida del Reino Unido».
Y para el escritor algecireño Juan José Téllez, que conoce bien la idiosincrasia del Peñón, sería la gran baza para que alguna vez «dentro de muchos años» los gibraltareños quisieran ser españoles. «La vida cotidiana les va en ello. Un Brexit duro puede ser un infierno para los gibraltareños y para los quince mil trabajadores transfronterizos, y ese infierno se puede evitar mediante un acuerdo que asimile el control fronterizo al espacio Schengen, en otras palabras no habría Verja y la frontera externa de la UE se establecería en el puerto y en el aeropuerto de Gibraltar. Con esa normalidad, quizá algún día piensen que es más interesante ser ciudadano de este lado que de Gran Bretaña», reflexiona Téllez, autor de 'Yanitos. Viaje al corazón de Gibraltar (1713-2013)', un ensayo donde narra la historia de La Roca con sus corsarios, sus contrabandistas y sus espías, sin olvidar las anécdotas de sus macacos, unos 300, todos vacunados y hoy controlados por GPS.
Pero volvamos a cruzar a territorio de Carlos III de Inglaterra, donde una vez superado con fluidez el control de pasaportes (el clima político determina si la espera es de horas o de minutos y ahora hay calma chicha) enfilamos hacia la avenida Winston Churchill, que recibe al viajero con un 'Eroski' (supermarket, eso sí) y una estación de Cepsa, con el litro de carburante 37 céntimos más barato. Además de las gasolinas, la ausencia de IVA hace atractivo el precio del tabaco (20 euros de ahorro por cartón), los licores, las joyas y los perfumes. Son los negocios que jalonan el kilómetro y pico de Main Street, que a estas horas del miércoles al mediodía rebosa de turistas españoles, ingleses y escandinavos, muchos de estas dos últimas nacionalidades llegados en crucero (unos 200 atracan cada año en el puerto de Gibraltar).
Recién salida de misa en la catedral católica de Santa María la Coronada, Mary, de 59 años, aún no ha decidido su voto. «El tratado puede darnos un marco de convivencia para largos años y ahí me inclino por Picardo, pero si vas a lo doméstico, necesitamos el change de Azopardi», comenta en llanito, una curiosa mezcla que les lleva a traducir directamente del español al inglés y viceversa: Te llamo pa'trás (I call you back) en lugar de Te devuelvo la llamada.
Una mirada a los problemas locales de Gibraltar indica que no son muy distintos a los de cualquier ciudad española, con la ventaja de que en la colonia gozan de pleno empleo, de mejores sueldos (una dependienta gana unos 1.300 euros y si trabaja diez minutos extra se los pagan) y de seguridad en las calles. Pero el coste de la vida se ha desbocado, la vivienda es cara (alquilar un apartamento de dos habitaciones sale por 1.500 euros, comprarlo por 350.000) y faltan especialistas en salud mental al multiplicarse los casos tras la pandemia.
A Picardo le reconocen que haya construido diez escuelas, pero le reprochan que se haya cargado zonas de aparcamiento para hacer carriles bici «que solo usan los que vienen a trabajar aquí», y que haya disparado el gasto público entregando 1.115 libras a cada trabajador (gibraltareño o de fuera) durante el confinamiento. «Aquí se vive de puta madre», enfatiza Dylan, un constructor de 45 años, que ha tenido algún incidente con españoles que han desplegado rojigualdas en la cima del Peñón. «Si pillo a uno dando una bandera española a los monos le pongo la cara como una coliflor. ¡A provocar a su casa!», brama.
Mil veces más comedida Geraldine, una llanita de 57 años y ya abuela de once nietos a los que habla en español. «Me contestan en inglés y yo les digo que no pueden perder el español, que es precioso». «¿Pero sabes una cosa criatura?», me suelta con un acento que ni Camarón, «que yo estoy muy feliz en mi peñoncito».
Fabian Picardo quiere acabar lo que empezó y ser él quien, como ministro principal, cierre el tratado que definirá el encaje definitivo de Gibraltar en la UE. A su juicio, El Peñón encara unas elecciones históricas «porque estamos a punto de presentar al pueblo de Gibraltar el texto de un tratado entre Reino Unido y la Unión Europea». Y en ese proceso final «no conviene cambiar de jinete en el último momento», dice para diferenciarse de su contrincante en esta carrera, Keith Azopardi.
Picardo, que lleva doce años al frente del gobierno de Gibraltar, cree que si el acuerdo sale adelante, «será un hito histórico que marcará a las generaciones del futuro, y que va a permitir olvidarnos de lo que nos divide y poner la lupa sobre lo que nos une, que es mucho más. Con este tratado todos ganamos y ninguno pierde», subraya el político socialista, que confiesa su hartazgo del Brexit (rechazado en su día por el 96% de los gibraltareños) y de sus consecuencias.
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