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El mundo estaba perplejo. Putin lo había negado con tanta vehemencia que costaba creer que fuese tan cínico. Nadie pensaba que Ucrania pudiera aguantar el embate ruso más de una semana, pero Volodímir Zelenski se negó a aceptar el asilo que le ofreció EE UU ... para dirigir el país desde el exilio. Kiev resistió. Los tanques rusos tuvieron que retroceder. Cuando el humo de las bombas se disipó, aparecieron los cadáveres. Los muertos en bicicleta por las calles de Bucha, los refugiados dilapidados bajo el teatro de Mariúpol y las embarazadas asesinadas en el hospital de maternidad de esa ciudad, como en los hospitales maternales e infantiles de Izium, Ovruch, Volnovakha, Vuhledar y muchos más. Las violaciones masivas, los secuestros de niños, las deportaciones forzosas a Rusia, el bombardeo masivo de infraestructura civil, la sádica tortura de la población invadida.
Era solo el principio: «Cuando el presidente Putin se dio cuenta de que no podía con la resistencia militar del Ejército ucraniano, intensificó los esfuerzos para quebrar el espíritu de los ucranianos», resumió este viernes ante el Consejo de Seguridad el secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken. Las organizaciones internacionales han verificado la muerte de más de 8.000 civiles, por los que el Consejo de Seguridad mantuvo este viernes un tenso minuto de silencio, avivado por un desafiante embajador ruso, Vasily Nebenzya, que pedía extenderlo a todas las víctimas, «incluyendo las de 2014», pero Blinken habla de «decenas de miles».
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Mercedes Gallego
Nebenzya presidía el año pasado la reunión del Consejo de Seguridad en la que él también se enteró en directo de la invasión ucraniana, con cara de póker. Hasta entonces era un embajador sociable, que invitaba a sus colegas a beber vodka y fumar puros en su casa. El aislamiento de este último año le ha convertido en un diplomático irascible y combativo, para el que el ataque es la mejor defensa. «Al seguir alimentando al régimen de Kiev con armas y ayudándole en el campo de batalla, solo empeoran la situación», advirtió este viernes desde ese mismo órgano, ahora presidido por Malta en turno rotatorio. «Con sus iniciativas anti rusas no nos dejan más alternativa que eliminar militarmente las amenazas a Rusia dentro del territorio ucraniano».
Con el 40% de la población ucraniana en necesidad de recibir ayuda humanitaria, según el secretario general de la ONU António Guterres, por una invasión que supone «un golpe descarado a la Carta Fundacional de Naciones Unidas», la demanda de paz era urgente en boca de todos. «Sí, todos quieren paz, ¿pero cómo llegamos a la paz?», preguntó Josep Borrell, en calidad de Alto representante de la UE para Asuntos Exteriores. La respuesta solo la tienen Rusia y Ucrania. El agresor ve la palabra paz en boca de su colegas como «una hipocresía», porque «lo que realmente quieren decir es capitulación», resumió. «Infligir a Rusia una derrota estratégica, idealmente seguida por la desintegración del país y la redistribución de su territorio», interpreta. «No estamos preparados para considerarlo», zanjó.
Por su parte, Ucrania cree que en el corto plazo la paz «pasa por restaurar su soberanía e integridad territorial». Pero en largo plazo, «no habrá paz sin justicia», advirtió Dmytro Kuleba, ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, que se basa en los veredictos de los tribunales militares de Nuremberg para pedir un juicio semejante para los agresores. Lo que se ha cometido en su país «no son solo crímenes de guerra», matizó, «son los crímenes supremos en la legalidad internacional». Por eso llama al establecimiento de un tribunal especial «con jurisdicción específica sobre los crímenes ocurridos en Ucrania y con capacidad para lidiar con la inmunidad que puedan tener los principales perpetradores de estos crímenes».
Su grito de «sin justicia no puede haber paz» fue apoyado por España «sin reservas», dijo el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, durante su intervención, en la que destacó las «evidencias alarmantes» de violaciones masivas de los derechos humanos que se están produciendo en Ucrania. «Los responsables de estas gravísimas acciones deben rendir cuentas por esos actos», exigió. Se sumaba así a las voces internacionales de sus colegas, convertidas en un clamor que llega directamente al Kremlin.
Si el embajador Nebenzya, solo en su pequeño palacete de la Gran Manzana, se siente acorralado por la demanda de que su país capitule, y ve estas reuniones como «otra oportunidad perdida para resolver pacíficamente la crisis ucraniana», Putin sabe que un nuevo Nuremberg le aguarda en caso de que pierda la guerra. Su única salida es la huida hacia delante.
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