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Mark Zuckenberg, fundador de Facebook, acuñó el lema «muévete deprisa y rompe cosas». El escritor neoyorquino Douglas Rushkoff señala en su libro 'La supervivencia de los más ricos. Fantasías escapistas de los milmillonarios tecnológicos' cómo esta pequeña élite piensa que es necesario redibujar el mundo ... según sus criterios para mantener su estatus. Las dos ideas parecen cohabitar en la última iniciativa del dueño de X, Elon Musk, de entrar en la política europea al modo de una estampida de búfalos.
Diferentes líderes del Viejo Continente han plantado cara estos últimos días al multimillonario por sus duras críticas contra el presidente y el canciller alemanes, Frank Walter Steinmeier y Olaf Scholz, respectivamente, o el desprecio expresado sobre el primer ministro británico, Keir Starmer, al que incluso ha tratado supuestamente como un encubridor de delitos sexuales cuando era fiscal de la Corona, El 'premier' condenó este lunes las «mentiras» y la «desinformación» difundidas por Musk en su red social que, a su juicio, únicamente pretenden «socavar la democracia británica».
No es el único, Ell primer ministro noruego, Jonas Gahr Støre, ha mostrado su inquietud ante el hecho de que « un hombre con un acceso considerable a las redes sociales y recursos económicos significativos esté involucrado tan directamente en los asuntos internos de otros países». El presidente francés, Emmanuel Macron, ha ido incluso más lejos al subrayar el apoyo de Musk a una «nueva internacional reaccionaria» por su respaldo a la extrema derecha alemana. En un discurso ante los embajadores galos, el inquilino de El Elíseo llamó la atención sobre ete hecho en los siguientes términos: «Hace diez años, ¿quién hubiera imaginado que el dueño de una de las redes sociales más grandes del mundo apoyaría una nueva internacional reaccionaria e intervendría directamente en las elecciones, incluso en Alemania?»
La misma pregunta se hacen numerosos analistas políticos mientras la Unión Europea intenta navegar en un océano desconocido y agitado por fuertes oleajes. Ahora mismo, a la UE le preocupa el horizonte alemán. Y, en concreto, la conversación que el jueves entablarán en la red X Elon Musk y la presidenta de la AfD, Alice Weidl, por si pudiera representar una interferencia dentro del proceso electoral germano, que esta misma semana entra en su etapa fuerte tras el paréntesis navideño.
La Comisión asegura lógicamente que el propietario de Tesla y Space X está en su derecho de «expresar opiniones» y apoyar a la AfD. Tampoco existe artículo alguno en la ley de servicios digitales que prohíba «al propietario de una plataforma alojar una transmisión en vivo y dar su opinión». Sin embargo, Bruselas sí estará atento a que en la polémica entevista la red social «no se utilice indebidamente ni se dé un trato preferencial a ciertos tipos de contenido, o una mayor visibilidad a solo un tipo de contenido», según el portavoz europeo de asuntos digitales, Thomas Regnier. En otras palabras, que la transmisión no se amplifique hasta privar a los usuarios de su derecho a prescindir de la conversación.
Para acentuar su postura, la Comisión Europea ha convocado un debate el próximo 24 de enero con las principales plataformas digitales, las autoridades alemanas, los líderes políticos y diferentes organizaciones civiles destinado a debatir sobre los riesgos de interferencias electorales online. Los comicios se celebrarán el 23 de febrero y la polémica saltó hace unos días cuando Musk apoyó en un artículo a la AfD como la mejor fórmula política para Alemania. Posiblemente, el canciller Scholz sea el líder europeo que se ha mostrado más templado ante la campaña del multimillonario al destacar que lo de Musk son «comentarios erráticos» ante los que es preciso mantener la calma.
De alguna forma, el magnate está exportando a Europa los mismos usos que ha desarrollado durante la campaña electoral estadounidense: desde su apoyo desmesurado a Donald Trump, de quien se ha convertido en su principal asesor gubernamental, hasta las críticas desaforadas al rival. En el Partido Republicano de EE UU tampoco son ajenos a esta campaña. Un sector conservador se pregunta qué tipo de interés persigue Musk con sus ataques sistemáticos a políticos como Scholz o Starmer y en qué grado puede afectar a la futura relación de la Administración de Trump con la UE o sus posibles repercusiones en el seno de la OTAN, donde todos son aliados.
Algunos republicanos más a la derecha, que llaman al dueño de X el «presidente en la sombra», insinúan que éste intentaría apoderarse de la función gubernamental mediante una especie de «monarquía interna tecnológica» mientras otros dirigentes cómo Mike Johnson o Ron DeSantis le ven un exceso de injerencia en los asuntos fuera de su cometencia.
Entre los líderes europeos hartos de sus declaraciones se le considera un «reaccionario» y cunde cierto temor por su papel en un momento de grave inestabilidad mundial, con un claro auge de los movimientos totalitarios. La indignación se ve alimentada por los insultos y términos exageradamente ofensivos que utiliza, prácticamente proscritos de las reglas de cortesía política vigentes entre los Veintisiete. A Starmer lo ha tildado de «despreciable» y a Olaf Scholz le ha llamado «loco» e «imbécil incompetente». A juicio del 'premier' británico, las ofensas sólo ayudan a elevar la tensión, aunque desde la trincheras populistas pueden rendir réditos. No obstante, todo es cuestionable. La realidad señala que X ha perdido en las últimas semanas suscriptores en el Reino Unido.
El terreno sobre el que se mueven los políticos del Viejo Continente es inexplorado. Los líderes saben que el dueño de X es la mano derecha de Trump y que éste dirigirá Estados Unidos a partir del 20 de enero, con lo que una tensión extrema genera el riesgo de una confrontación indeseada a ambos lados del Atlántico. La UE y Musk se vigilan desde hace tiempo por los límites de lo digital; ya en las pasadas elecciones europeas Bruselas mantuvo un seguimiento constante por las posibles injerencias de terceros en el proceso. Y en el propio seno comunitario existen intereses contrapuestos que orbitan alrededor de Musk. Por ejemplo, Italia está cerca de sellar un acuerdo con Space X para que la empresa aeroespacial suministre los servicios necesarios para la seguridad de las comunicaciones del Gobierno de Georgia Meloni.
La última polémica con el hombre más rico del mundo todavía colea en el número 10 de Downing Street. El primer ministro británico, Keir Starmer, se mostró este lunes indignado y firmemente decidido a responder a la cascada de acusaciones e insultos que ha lanzado contra él Elon Musk en la red social X. El multimillonario le ha acusado de ser cómplice de las violaciones de niñas y adolescentes por grupos de adultos paquistaníes en ciudades del norte de Inglaterra. Y ha pedido que sea encarcelado.
El líder laborista había programado para la mañana la presentación de un plan para la reducir el tiempo de espera para ser atendido en el Servicio Nacional de Salud (NHS), pero la rueda de prensa posterior se centró en los persistentes ataques de Musk, al que no mencionó por su nombre. «Quienes difunden mentiras e información falsa por todo el mundo no están interesados en las víctimas, sino en sí mismos», afirmó el laborista.
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Starmer fue especialmente agrio cuando le preguntaron sobre las palabras dirigidas a la secretaria de Estado para la Protección de mujeres y niños, Jess Phillips, a la que Musk describió como «defensora de un genocidio de violaciones». El laborista señaló que esas palabras «pasan de la raya». Phillips ha recibido amenazas y todos los diputados, según él, tienen la responsabilidad «de denunciar lo que se ha dicho».
«Hemos visto muchas veces estas estrategias. Se alimenta la intimidación y las amenazas de violencia con la esperanza de que los medios las amplifiquen», prosiguió Starmer, que criticó también a la oposición. El origen de esta disputa es la exigencia de Musk de que el Gobierno británico organice una investigación sobre sucesos pasados y en su mayoría juzgados.
El Ayuntamiento de Oldham pidió al Ejecutivo una pesquisa histórica sobre los delitos sexuales en su ciudad y Phillips aconsejó en octubre que fuera local. Tanto Starmer como la profesora Alex Jay, que publicó en 2022 un reconocido informe sobre los abusos a menores en Rotherham, rechazan otra encuesta pública porque prefieren poner en marcha las recomendaciones de los textos publicados.
Starmer acusó a la oposición, particularmente a los conservadores y al Reform UK, de oportunismo, por su adhesión a la demanda de investigación nacional de Musk cuando no la habían expresado antes. El primer ministro acusó a sus rivales «de subirse al vagón y amplificar lo que está diciendo la extrema derecha». El hombre más rico del mundo respondió calificando al laborista de «absolutamente despreciable».
El Gobierno británico tiene que moverse con cuidado ante la crítica incesante de Musk porque se acerca el nombramiento de Donald Trump como presidente de EE UU. Entre los laboristas hay una ilusión de que Trump mantenga la amistad con el Reino Unido y ofrezca a su economía un régimen de aranceles más benigno que el de la UE.
El empeño con lo británico, y especialmente con Inglaterra, del consejero de Trump y generoso donante de fondos para su campaña electoral, no mengua. Starmer insiste en que, como director del Servicio de Fiscalía de la Corona, transformó la cultura existente, que habría dado prioridad a una enferma paz multicultural sobre la represión del crimen y la protección de las víctimas.
La ruptura de Musk con Nigel Farage le deja asociado en la política británica con un delincuente prolífico, Tommy Robinson -su verdadero nombre es Stephen Yaxley-Lennon-, que ahora cumple pena de prisión por desacato a la Justicia. Starmer acusó «a los 'cheerleaders' de Robinson de no estar interesados en la Justicia». Afirmó que no tolera «la discusión y el debate basados en mentiras». «Si perdemos el ancla de que la verdad importa, nos deslizaríamos hacia abismo», remachó.
Que Musk le haya dado la espalda a Farage tendrá un efecto relevante. La búsqueda de un nuevo líder para dirigir al Reform UK no es sencilla. El patriarca del Brexit había fundado su tercer partido (antes fueron el UKIP y el Brexit Party) como una sociedad limitada de la que él era el mayor accionista. Cambió la estructura para modernizarlo. Si esa era la idea, no recibirá ahora los 100 millones que Musk le habría prometido. El líder de la derecha británica antiinmigrante ha prometido que sin dinero seguirá sus principios.
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