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El primer ministro británico, Keir Starmer, se reunirá este jueves con Donald Trump en Washington, con la esperanza de que el presidente de Estados Unidos ... reconozca el papel de los países europeos en la defensa de Ucrania. Parte al encuentro tras haber anunciado un aumento notable de la inversión en armamento a costa de la reducción de la ayuda al desarrollo -salvo en Ucrania- a Gaza y Sudán.
Pocas veces el vuelo de un primer ministro británico a un país extranjero ha tenido a la población pendiente, después del ingenuo y fracasado viaje de Neville Chamberlain a Múnich para apaciguar a Hitler en 1938. Margaret Thatcher, en 1987, voló a Moscú. La acompañaron al Telón de Acero su jefe de prensa y su asesor para asuntos internacionales, Charles Powell.
Resultó un viaje barato y la Dama de Hierro fue vitoreada por la población rusa. Fue entrevistada con agudeza en la televisión durante casi una hora y la mujer que sentía más simpatía por Mijaíl Gorbachov que por el canciller alemán, Helmut Kohl, habló en primera persona del plural, como representando a todo Occidente, en su argumentación en favor de la libertad y del desarme nuclear.
Tony Blair tuvo también un viaje célebre al rancho Crawford de George W. Bush, en Texas. El de 2002 les sirvió para planear cómo iban a desencadenar la invasión de Irak. Según las minutas anotadas por un asesor del británico, el nivel de preparación para la guerra era mínimo. Y cuando se pusieron a trabajar, Bush insistió en que el mundo sería mejor sin Saddam Hussein. También quería estabilidad.
Las vicisitudes de un político contemporáneo son más agotadoras que en tiempo de Chamberlain, aunque este fue el primer dignatario que viajó en avión a un encuentro diplomático. Starmer partió en la tarde del miércoles hacia Washington tras cumplir con el ritual de someterse durante unos treinta minutos a las preguntas de cualquier diputado en la Cámara de los Comunes.
El primero, conservador, fue abucheado por mencionar asuntos ya tratados. El siguiente, laborista, felicitó a su propio Gobierno por las mejoras de una escuela en Leicester, su circunscripción. Se habló de Irlanda del Norte, sobre cómo acabar con los grupos paramilitares que siguen existiendo y parasitan los barrios. También de un suicidio, de dos cuchilladas en Bournemouth. El exprimer ministro Rishi Sunak se puso en pie para hablar del cáncer de próstata y Starmer se lo agradeció.
Clare Short, exministra laborista para Ayuda al Desarrollo en la época de Blair afirmó a una revista del partido que, reduciendo los fondos de ayuda gubernamental para comprar armas, el laborismo de Starmer ha dejado de ser de izquierdas. El malestar que habría causado esa decisión entre simpatizantes laboristas quizás sea denso, pero en la Cámara se expresó solo por Diane Abbott, a quien el presidente de los Comunes le da voz por ser la más antigua diputada.
Kemi Badenoch, líder de la oposición conservadora, había dado un discurso el fin de semana proponiendo que se recortasen los fondos de ayuda internacional para aumentar el presupuesto de la Defensa. Starmer le dijo que no lo sabía y, como Badenoch insistió, el laborista le dijo que sí, que ella había logrado salvar al mundo occidental.
Como las cifras no son el fuerte de Starmer, la 'tory' le exigió que aclarase si las cifras de aumento de compra de armas son de 16.000 millones de euros, o de 7.250, como han dicho dos grupos de estudios económicos. Parece que son ambas cifras aceptables. La canciller, Rachel Reeves, estaba a esa hora convenciendo a sus colegas europeos en el G20 de que emularan el ejemplo británico.
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Ana del Castillo
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