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El capitán Dmytró atiende a un soldado herido en el frente del Donbás. Zigor Aldama
Veinte minutos para salvar una vida: así trabajan los médicos en el frente de Ucrania
Tres años de la guerra en Ucrania (1)

Veinte minutos para salvar una vida: así trabajan los médicos en el frente de Ucrania

Acompañamos un día a los sanitarios que atienden a los soldados heridos en el frente del Donbás, donde la guerra continúa pese a las presiones para negociar

Jueves, 20 de febrero 2025, 00:17

Se habla mucho estos días de paz en Ucrania, pero Pavlo solo ve guerra. Concretamente, su lado más demoledor. Es cirujano en un punto de estabilización, como se conoce a los hospitales de campaña que están escondidos a pocos kilómetros del frente. Hasta aquí llegan los soldados heridos evacuados. «Les ponemos en la camilla, los desvestimos, si hay sangre los limpiamos para ver qué heridas tienen, y tratamos de mantener siempre una conversación con ellos. Tenemos unos veinte minutos, treinta como máximo, para salvarles la vida», comenta Pavlo.

El pequeño hospital, gestionado por la 5 Brigada de Asalto ucraniana, se encuentra cerca de la localidad de Sloviansk, en el Donbás, en lo que originalmente era un almacén subterráneo de alimentos. En el exterior nada delata que exista, pero una cortina de camuflaje esconde un estrecho y oscuro corredor que lleva a una puerta doble. Tras ella, la luz ciega momentáneamente a quien entra. Son las tres de la tarde y todo está todavía en calma. «Los ataques se producen sobre todo cuando cae el sol. Ahí comienza el zafarrancho», anuncia Dmytró, capitán y supervisor de las instalaciones.

Hasta ese momento, los sanitarios descansan. Comen puré de patata y muslos de pollo, navegan por internet gracias al Starlink de Elon Musk y preparan las camillas de la zona de operaciones. Las paredes están cubiertas por un aislante de color plata que mantiene una temperatura agradable, que contrasta con el gélido exterior. De vez en cuando se cuela el estruendo de las explosiones, pero nadie se inmuta. Ucrania entrará dentro de unos días en el cuarto año de guerra y aquí todos han creado una coraza.

«Las primeras semanas fueron difíciles de sobrellevar. En una guardia de 24 horas tuve que intervenir a tres personas con daños oculares. Uno no tenía ninguna esperanza de preservar el ojo, pero es que los otros dos también acabaron perdiéndolos. Eso me impresionó. Desafortunadamente, te acostumbras a cualquier cosa», cuenta Pavlo, apesadumbrado. Asiente a su lado, Ruslan, el anestesista: «Lo peor es cuando un paciente llega con múltiples heridas, baja presión arterial, sin consciencia y, a pesar de todos los esfuerzos, ves como va muriendo»

«Sorprende lo fácil que muere la gente»

Los momentos en los que no hay actividad en el punto de estabilización también son peligrosos, porque los médicos se paran a pensar. «Sorprende lo fácil que muere la gente. A veces somos muy fuertes y parece que aguantamos todo. Hay gente a la que solo le queda la mitad superior del cuerpo y logra mantenerse con vida; otras veces, sin embargo, un pequeño trozo de hierro puede matar a un hombre grande», cuenta Pavlo, que avanza una epidemia de salud mental cuando la guerra acabe. «La mentalidad cambia en la guerra, nos convertimos en otra persona, y el problema es que a veces eso es irreversible. Por un lado, me impresiona cómo gente totalmente corriente puede acabar protagonizando actos heroícos que nadie creía posibles. Pero, por otro, veo que las heridas psicológicas de esta guerra serán gigantescas y me da miedo pensar en las cicatrices que dejará», apostilla.

Buscando la bala. Zigor Aldama

La radio cruje y se anuncia la llegada de los primeros heridos. Son tres hombres que han sido víctima de un ataque con drones. Ninguno reviste excesiva gravedad, pero hay que tratar heridas en los pies y una pierna rota. Sorprende el hedor. «La guerra no es como la gente se la imagina», sentencia Pavlo. «Es muy sucia, muy cruel, y cuando estás inmerso en ella no parece tener sentido. Sabemos que luchamos por nuestras vidas y por nuestra tierra, pero no debería existir ningún problema que no se pueda solucionar evitando la guerra».

Unos voluntarios polacos son los encargados de trasladar a los heridos a un hospital convencional situado a varias decenas de kilómetros. No hay mucho tiempo para limpiar las camas, porque pronto llegan otros tres hombres. Uno de ellos llama la atención porque tiene una herida de bala en el hombro, algo poco habitual. El proyectil ha entrado, pero no ha salido, por lo que Dmytró trata de encontrarla con un palillo para los oídos. El soldado gruñe. En la camilla de al lado, otro ha pisado una mina antipersona y requiere analgésicos fuertes. Hacen efecto rápido y su mueca de angustia se convierte en una sonrisa que acompaña levantando el pulgar. En su antebrazo, un tatuaje reza 'fortes fortuna adiuvat' (la fortuna favorece a los valientes).

Escenas del punto de estabilización en el que trabaja Pavlo y del traslado de heridos. Zigor Aldama
Imagen principal - Escenas del punto de estabilización en el que trabaja Pavlo y del traslado de heridos.
Imagen secundaria 1 - Escenas del punto de estabilización en el que trabaja Pavlo y del traslado de heridos.
Imagen secundaria 2 - Escenas del punto de estabilización en el que trabaja Pavlo y del traslado de heridos.

El ritmo es frenético. Ruslan lo compara con «un departamento de Urgencias a lo bestia», y no exagera. «Lo más difícil es poder trabajar con un elevado estándar profesional. Porque tenemos déficit de personal y eso nos obliga a trabajar sin descanso, incluso una semana entera», se lamenta Dmytró. No puede revelar cuántos pacientes recibe cada día, pero sí que sus heridas reflejan bien cómo ha cambiado la guerra en estos tres años. «Al principio veíamos muchas heridas por artillería e impacto de bala, pero ahora el 80% o el 90% de los pacientes llega con las provocadas por los drones y las minas antipersona», añade. Su supervivencia a menudo depende de que se emplee bien el torniquete, razón por la que Ucrania enfatiza la formación en medicina táctica.

«La posibilidad de perder una extremidad es lo que más miedo da a los pacientes. Nos piden, por favor, que no la cortemos. A veces lo tenemos que hacer, otras no. Les preocupan también sus familiares y piden llamar a sus mujeres o hijos, pero aquí no se puede usar el móvil y tienen que esperar. Pero lo peor es el dolor, porque hay mucho dolor. Aunque les demos morfina o fentanilo, el dolor sigue ahí. A veces, la única fórmula es que pierdan la consciencia», explica Pavlo mientras venda una pierna.

Preguntado durante un breve receso por el final de la contienda, el cirujano niega con la cabeza: «No hago planes porque nadie sabe cuándo y cómo acabará esta guerra. Por eso es mejor mantener la calma, seguir la situación, y esperar que se produzca un desenlace positivo».

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