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Voluntarios de Zaka colaboran en la identificación de los civiles asesinados en el kibutz de Be'eri. ZAKA
La angustia de honrar a los muertos en el infierno de la morgue de Tel Aviv

La angustia de honrar a los muertos en el infierno de la morgue de Tel Aviv

Los forenses israelíes se afanan en poner nombre a las 500 víctimas de la masacre de Hamás aún sin identificar mientras una organización voluntaria prepara cada cuerpo para los funerales según la ley judía

M. Pérez

Viernes, 3 de noviembre 2023, 20:29

«Es un ritmo constante. Sin descanso». La presión es enorme sobre los forenses que tratan de identificar a los 1.400 asesinados en la masacre de Hamás en los kibutz israelíes el pasado 7 de octubre. Procede del Gobierno, de los militares, de las familias de los ausentes, que desconocen si sus allegados están muertos o en manos de la milicia. Y procede sobre todo del propio peso de la matanza. «Debemos ser lo más ágiles posibles para no alargar el sufrimiento de esta sociedad», dice un médico de la morgue.

A Tel Aviv han llegado especialistas de varios países para colaborar en la identificación de los cuerpos. El personal del Centro Nacional de Medicina Forense también ha sido reforzado. Solo en el laboratorio de ADN hay 80 personas volcadas en intentar casar los restos localizados en los escenarios de la ofensiva con el de los perfiles enviados por miles de familias. Los forenses han identificado alrededor de 900 víctimas mortales. Quedan todavía muchas a las que poner nombre.

Pero no son los únicos por encontrar. Aparte de los 241 rehenes que el ejército ya ha verificado en manos de la organización terrorista, otros 80 ciudadanos permanecen despararecidos desde el día en que Israel sufrió su 11-S. Es una experiencia extremadamente angustiosa para sus familias afrontar minuto a minuto la posibilidad de que alguien les comunique que algún despojo humano de los que llenan la morgue pertenece a un hijo, una tía, un padre, una pareja.

Pero lo que verdaderamente resulta escalofiante es escuchar en boca de algunos que no saben si es mejor que a sus parientes los haya capturado Hamás o que estén muertos. «Un día prefiero que esté en Gaza y otro que esté muerta», cuenta una mujer sobre su hija en 'The Wall Street Journal'. La mujer duda. Igual que otro hombre adulto, desesperado por la suerte de su hermana, a la que no ha visto desde que los islamistas destrozaron su casa. Le aterra pensar que puede encontrarse a oscuras dentro de las galerías de Hamás en Gaza, sujeta al trato de sus captores y la ruleta rusa de los bombardeos israelíes.

Los cadáveres se depositan en la base militar de Ramala antes de su traslado a la morgue de Tel Aviv. AFP

Los equipos ya difícilmente encuentran cadáveres completos. Muchas bolsas funerarias trasladan restos confusos, descompuestos, quemados. Los médicos abren una y aparece una masa abrasada. Cuando la examinan descubren que no corresponde a una persona, son varias que murieron abrazadas. Posiblemente, todos miembros de una familia que fueron tiroteados dentro de su casa y quemados por los yihadistas.

Después de un mes, los cadáveres se han descompuesto y víctimas de los terroristas, y terroristas abatidos por el ejército, son casi imposibles de diferenciar. A estos últimos se les identifica en ocasiones porque en su ropa hay grafías árabes o los rescatistas descubren en algún bolsillo un papel con instrucciones de ataque o mapas de los kibutz. A éstos se los devuelve a una base militar que coordina a todos los equipos de búsqueda frente a La Franja. En cambio, los cuerpos, vestigios o huesos que encajan con el perfil de una mujer o un bebé se verifican como israelíes aunque su identidad siga sin averiguarse, ya que el ejército ha confirmado que todos los terroristas de los kibutz eran hombres.

Cuando no queda nada más, ya que muchos de los civiles fueron asesinados con granadas, una pieza dental puede molerse en busca de ADN, aunque no siempre es un sistema efectivo. Los huesos tienen más lecturas.

De Shani Louk, la joven germano-israelí que se convirtió en uno de los símbolos trágicos de la violencia de Hamás, con su cuerpo fracturado y semidesnudo montado en la caja de una 'pick up', se supo que había muerto porque los forenses identificaron un pequeño trozo de hueso correspondiente a la zona posterior de su cabeza. Para que ese fragmento se hubiera desprendido, la joven tuvo que sufrir una agresión que le ocasionara una herida mortal. Por ese motivo, la búsqueda en los lugares donde ocurrieron los crímenes es tan incesante y minuciosa. La localización de restos oseos del cráneo o una vértebra de la columna han servido para identificar a desaparecidos y darlos por muertos aunque sus cadáveres no hayan sido recuperados.

Decapitados o quemados

Las bolsas están repartidas por cien lugares de la morgue. Aparte de forenses, trabajan antropólogos, médicos especialistas, voluntarios y una pareja que se casó poco después del ataque de Hamás y empezó esa misma tarde a hacer autopsias. Algunos tienen amigos desaparecidos. Resulta difícil imaginar qué piensan al ver las bolsas funerarias apiladas, sin saber si dentro habrá algo de ellos.

Una doctora pasa junto al cadáver de una víctima de la masacre en la morgue de Tel Aviv. AFP

Y, sin embargo, lo que hay dentro de esa oscuridad es el horror más puro. Extremidades arrancadas, cuerpos decapitados, huesos blancos por el fuego o llenos de cortes que cuentan cómo los yihadistas acuchillaron con furia psicópata a sus víctimas, además de craneos con orificios de bala y manos unidas pòr cuerdas. Es decir, el rastro claro de una ejecución.

Cuando el trabajo de los forenses concluye, comienza el de los voluntarios de ZAKA, la Brigada de Rescate e Identificación de Víctimas de Catástrofes. Se trata de la segunda organización mejor valorada por los israelíes después de las Fuerzas de Defensa; una unidad conformada por miles de paramédicos y profesionales de los rescates repartidos en varios países y cuya presencia se ha hecho notar en desastres en todo el mundo, como los terremotos de Haití en 2010 y Nepal, en 2015.

El 27 de mayo de 2018, un psicópata antisemita entró armado en la sinagoga de Pittsburgh y disparó a los congregados durante veinte minutos. Once personas murieron. El rabino Elisar Admon, comandante de ZAKA, se presentó es misma noche en el templo para explicar a la Policía y a los agentes del FBI cómo se honra y entierra a los judíos. La agencia federal permitió a Admon y su equipo retirar los cadáveres según esta ley y recoger los restos, vísceras e incluso la sangre derramada de las víctimas.

Casi todos los miembros son judios ultraortodoxos que dicen cumplir un «servicio sagrado», aunque hay cristianos, drusos y musulmanes. «ZAKA brinda asistencia a todos, independientemente de la religión, raza o credo, porque el hombre está hecho a imagen divina», señala en su texto fundacional de 1995.

En la morgue de Tel Aviv, los rezos del grupo acompañan a cada cadáver. Recogen los cuerpos, la sangre y cualquier vestigo de las personas que han sido identificadas. Los lavan y envuelven en una sábana de lino blanco. «Lo peor son los niños. ¿Qué bestia mata a un niño?», se preguntan.

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