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David es un ingeniero de telecomunicaciones cántabro, de 50 años, que llegó hace 15 a Tel Aviv. Allí se casó con su mujer, israelí, y allí ha formado una familia que hoy vive bajo sonidos de guerra y sirenas de alarma. Reconoce a El Diario ... Montañés que el peligro de esta situación, tal y como está, «es la escalada de un conflicto que se sabe cómo empieza pero no cómo acabará».
Este santanderino envía por mensajería instantánea un video grabado de noche en el que se atisba un patio: el del colegio que está frente a su domicilio familiar, donde hay instalada una sirena antiaérea que avisa de un impacto de un misil en una zona cercana. «Cada vez que se escucha nos llevamos un susto», señala el cántabro, que estos días se encuentra trabajando desde su domicilio. Asegura que las calles de Tel Aviv, a unos 60 kilómetros de Gaza, se encuentran vacías.
«No hay gente en la calle, algunas personas tienen que salir a trabajar y algunas tiendas sí que permanecen abiertas, pero no hay gente. Está todo como si fuera fiesta, pero con una tensión constante en el ambiente», constata. Cada vez que suena la sirena antiaérea, él, su mujer y sus hijos escapan a una habitación protegida dentro de su edificio. «Cuando hay un conflicto tenemos que escondernos en el hueco de la escalera o en la habitación si tiran muchos cohetes», apunta.
En estos días, David no tiene que acudir como es habitual a su oficina. Las clases en los colegios han sido canceladas y ante esta situación «en muchos trabajos, los que tenemos hijos sin colegio podemos quedarnos trabajando desde casa». Lo hace con el conflicto de fondo, bien con la sirena antiaérea, si el misil va a caer cerca de su domicilio, o con el sonido del escudo antimisiles si lo hará más lejos. Pero de todos modos se escucha «un boom constante que te genera mucha más tensión, aunque sabes que no te va a caer encima». Señala que las jornadas «son tensas, estamos en casa todo el día salvo que salgamos a comprar algo, y siempre rápido y cerca de edificios por si tienes que esconderte y no es fácil», asegura.
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Este miércoles, 200 españoles han llegado repatriados desde Israel en un vuelo con destino a Madrid. David se planteó en un primer momento solicitar volver a Santander, pero descartó la idea. «Los vuelos de repatriación son para turistas y gente de negocios, algo que tiene sentido porque además la Embajada de España en Israel está desbordada». Señala que además «no hay forma de salir de aquí y, aunque quisiese, tampoco tendría opción». Y ejemplifica con una de sus vecinas, quien intentó ayer salir en uno de los pocos vuelos que ofrecen aerolíneas extranjeras, «pero atacaron el aeropuerto y esto generó un retraso de 5 o 6 horas», explica, lo que genera aún más bloqueo para poder salir.
Al llevar 15 años en Tel Aviv, este no es el primer conflicto armado que vive, aunque sí señala que es el más «extremo». «Esto no ha ocurrido en ningún país desarrollado del mundo en los últimos años, tendríamos que irnos a la II Guerra Mundial para tener algo así». «Ha sido una masacre extrema, como los Pogromos antisemitas del siglo pasado», apunta, al tiempo que señala que precisamente por la excepcionalidad de la situación «ahora mismo no se sabe cómo va a acabar».
En el tiempo que lleva viviendo en Israel, este ingeniero santanderino ha vivido otros conflictos como la guerra del Líbano en 2006 y varios enfrentamientos con Gaza «que duraban dos semanas», pero desde su llegada a Israel sí que ha detectado una situación «in crescendo» con el paso de los años. Su mujer, que es israelí, vive esta situación como el resto de la población autóctona: con el «miedo interiorizado y con pánico».
Su opinión sobre el conflicto es que se trata de una situación «irresoluble», pero mantiene la esperanza de que «haya solución». Por lo pronto, alerta de que este no es un conflicto como los anteriores, sino que «ha cambiado completamente». «Aquí van casa por casa, matando familias enteras», describe resignado.
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