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Tres policías de las decenas de agentes desplegados tras el atentado por toda Bélgica
Europa, entre el miedo y la impotencia

Europa, entre el miedo y la impotencia

Los atentados de Bruselas dejan una treintena de muertos y más de 200 heridos, y ponen en evidencia la seguridad de un país que vivía desde hace cuatro meses con la alerta terrorista activada. Prevenir ya no es la mejor defensa contra el Estado Islámico.

Marta San Miguel

Miércoles, 23 de marzo 2016, 08:01

Los atentados de Bruselas provocan tanto miedo como impotencia, ¿cómo evitar el ataque en plena alerta por terrorismo, y encima en un aeropuerto donde las medidas de seguridad rozan lo extremo desde el 11-S? El de Zaventem es uno de los más grandes de Europa: mueve al año 23 millones de pasajeros. En él operan 230 aerolíneas y la vigilancia está al nivel de semejante tráfico. Precisamente una de las cámaras de seguridad ha sido clave para poner cara y gesto al supuesto responsable del horror; la cara de un tipo ataviado con un gorro que empuja un carrito por la terminal de salidas. A su lado, otros dos jóvenes, también con su carro, vestidos con un jersery negro. Todo normal. O quizá no tanto: ambos llevan su mano izquierda cubierta con un guante negro que oculta un detonador. Minutos después de que la cámara registrara su paso, se escuchó la primera explosión. Luego otra. Una hora después, a once kilómetros de distancia, en la ciudad, una tercera explosión. Y después, la sucesión de imágenes que Europa tiene en la retina como una esquirla de metralla: humo, gritos, y el gemido de las sirenas azules por las calles cortadas y repletas de agentes tratando de controlar el pánico.

El ataque terrorista reivindicado por el Estado Islámico vuelve a poner un guión entre el mes y el día en el que el grupo terrorista decide embestir en nombre de Alá. El de Bruselas ya tiene su cruel efeméride, un martes cualquiera que ahora será siempre el 22-M, sobre todo para los belgas que llevaban más de cuatro meses bajo la espada de Damocles: ¿cuándo nos tocará a nosotros? Esa era la pregunta que había tras el nivel de alerta que tenía al Ejército en las calles de Bruselas desde que París llorara sangre tras los ataques a la sala Bataclán, los cafés y restaurantes aquel 13 de noviembre. Cabe preguntarse cómo es posible que con semejantes controles hoy se contabilicen una treintena de muertos; más de doscientos heridos, y sobre todo que muchos de ellos se hayan producido en uno de los lugares donde las medidas de seguridad rozan lo hipocondriaco.

La zona donde se inmolaron dos de esos jóvenes que aparecen en la imagen de la cámara es posiblemente el único rincón 'inseguro' del fortín en que se han convertido los aeropuertos. La explosión tuvo lugar muy cerca del mostrador de facturación de la aerolínea American Airlines. En este espacio puede estar cualquiera. Puede entrar cualquiera, porque ahí no hay controles sino más adelante, una vez se llega a esos arcos de control de metales donde agentes y operarios controlan hasta el color de los calcetines de los viajeros, el peso de sus colonias. En ese contexto, haciendo cola con los billetes en la mano y a las ocho de la mañana, la explosión sorprendió a los que se disponían a viajar como muestran las imágenes que ha dejado la masacre.

Según el fiscal belga Frederic Van Leeuw, "probablemente" dos sospechosos cometieron "un atentado suicida" en el aeropuerto de Bruselas , pero hay un tercero que "están buscando" entre registros a pisos e interrogatorios. Ese tercero es, según la fiscalía, el del gorro, y quién sabe si era suyo el cinturón con explosivos y la mochila que los artificieros desactivaron en el aeropuerto pocas horas después del ataque. ¿Era su destino inmolarse? ¿Se arrepintió y no se atrevió a hacerlo?

Lo que no admite dudas o interrogantes es que el de ayer fue un día "negro". Así comienza a llamarse este 22-M que entrará en el siniestro almanaque de ataques europeos perpetrados por los yihadistas. Esta vez, su objetivo fue el pilar económico e institucional de Europa, el símbolo de la fortaleza de una Unión en tela de juicio por su cuestionable acuerdo para deportar a los refugiados a Turquía, y en el punto de mira del Daesh por su papel en la guerra de Siria e Iraq. Hasta el atentado de París, la legislación belga parecía ajena a la escalada yihadista, a pesar de ser el país de la UE con un mayor número per cápita de radicales luchando en Siria en Irak o ya retornados. Sus barrios se intuían como invernaderos radicales como le achacaban sus socios europeos.

De hecho, los atentados terroristas en suelo europeo de la última década tienen su punto de partida en Bélgica, sobre todo por la facilidad para adquirir armas en el país. La capital, con una idiosincracia tan exclusiva, parecía un escenario donde se representa la política europea, un miriñaque institucional con cientos de políticos y comisarios a sueldo. Sin embargo, Bruselas es también el hogar de los belgas, el país con una tradicional familia real que ha prometido "contundencia" contra el terrorismo, eso sí, después de haber sido desalojada y puesta a salvo; el hogar de una sociedad que este martes vivió por primera vez en su historia un ataque terrorista.

De la euforia a las lágrimas

Europa tiene reciente en la memoria qué es sufrir el horror yihadista en su suelo, y sólo cuatro meses después de que París padeciera su ira, se ha vuelto a ensañar con el viejo continente. Además del ataque al aeropuerto, el mazazo ha caído sobre la estación de metro de Maelbeek. Ambos golpes dejaron paralizada la ciudad pero también a los belgas: ¿cómo reaccionar apenas cuatro días después de la euforia que supuso la detención de Salah Abdeslam, el terrorista más buscado tras los atentados del 13 de noviembre de París?

Su imagen esposado, revolviéndose entre los brazos de los agentes que le custodiaban, sabía a triunfo. La instantánea apelaban al valor de la justicia por encima del de la barbarie, y si el pasado viernes cantaban victoria tras 126 días de histeria y críticas a sus Servicios de Inteligencia, este martes Bélgica lloraba de impotencia y decretaba tres días de luto. Era la crónica de una muerte anunciada sin novelar: «Temíamos un ataque terrorista y al final ha sucedido», admitió el primer ministro, Charles Michel. Con corbata negra y visiblemente conmocionado, llamó a la «calma, a la solidaridad y a la unidad».

Esa escena de Abdeslam tras una operación en el barrio de Molenbeek se superpone ahora sobre la de los cuerpos sin vida que yacen entre una humareda, la de los supervivientes llenos de sangre y aturdidos. Las lágrimas. Es difícil asumir que ambas imágenes puedan convivir en tan poco tiempo como si formaran de una misma realidad. Pero vaya si lo hacen. La policía informó entonces de que el yihadista tenía intención de volver a atentar. Según dijeron, lo tenía todo previsto, pero nada hacía pensar que la desgracia fuera a caer tan pronto sobre Bruselas.

La muerte llegó primero al aeropuerto, y después a la estación de Metro de Maelbeek, que está a escasos metros de la sedes de las instituciones europeas, en pleno centro de la capital. El ataque fue con el vagón parado, en hora punta, cuando los trabajadores están llegando a su destino. Y fatal. Fuera, en la calle, el entorno de la estación prontó trasladó lo que había sucedido bajo tierra. Una gran nube de polvo escapaba de la boca de salida entre el sonido de sirenas de ambulancias y patrulleros de la policía, mientras la gente era atendida con el rostro ensangrentado, muchos tumbados en el suelo. Estaban llorando.

Poco después empezaba la cacería. Y seguirá hoy. Y los próximos días. todo para destapar el modus operandi, los recursos y la trama de los yihadistas en suelo belga. Pero, a la vista de lo sucedido, ¿será suficiente?, ¿es eficiente esa forma de lucha? Las primeras operaciones policiales arrojan registros en pisos y hallazgos de productos químicos, banderas del Daesh y evidencias de que el terrorismo siempre estuvo ahí, cerca pero no a la vista, como se agazapan los cobardes.

Y mientras el Estado Islámico ha asumido la autoría de los hechos con un comunicado que ha difundido la agencia de noticias Amaq, la ciudad se empeña en reconquistar su espacio. Porque esa es la primera consecuencia que han sufrido los belgas; la dominación de su suelo por parte del terror, encerrando a los ciudadanos en su miedo, en los colegios a los niños, a la gente en sus casas, o a los funcionarios en las sedes del Consejo Europeo y la Comisión Europea.

El resto de países europeos harán lo mismo. Hasta Estados Unidos ha reforzado la seguridad en sus principales aeropuertos y metros como medida de precaución. Hoy Bruselas tratará de volver a la normalidad entre fuertes medidas de seguridad, si es que posible retomar la vida en esas condiciones. Prevenir ya no es la mejor defensa contra el Estado Islámico, y entre el miedo y la impotencia, Europa sigue en alerta máxima sin saber muy bien contra qué lucha. Y sobre todo, cómo.

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