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Un once. Un día once. Otro día once maldito. Pero nosotros, ajenos a esas coincidencias, decidimos aprovechar el rato libre de la tarde antes de ... ir a cenar con un grupo de periodistas españoles para ver y dar un paseo por el Marché de Noel, como miles de personas en la 'capital de la navidad', que es como llaman a Estrasburgo por su famoso mercado navideño.
Acababan de sonar las campanas de la catedral dando las ocho de la tarde. La hora en la que los puestos comienzan a plegar y cerrar. Y de repente, el atentado (esto lo supimos más tarde). Al poco, vemos a mucha gente corriendo frente a nosotros, despavorida. Preguntamos a unos que vienen a toda mecha llevando en las manos bolsas, tablas y plásticos. No sé. Sinceramente, pensé que se trataba de una redada contra los 'manteros' y que estos salían de alli pies en polvorosa.
-¿Qué ocurre?, le pregunto a una mujer. ¿Os persigue la poli? , digo ingenuo.
-No, nooooo, nos gritan. ¡Es una persona, no sabemos quién. Va con una pistola en la mano ! Y nos dice esto al tiempo que hace el gesto con la mano de una pistola apuntando al aire.
En aquel momento dudamos (Ángeles, de El Mundo; Mikel, de El Independiente, y el que suscribe) si ir contracorriente o sumarnos a la masa que huía. Dudamos entre nuestro sentimiento de periodistas de ir a ver qué ocurría de verdad y el del sentido común que te invitaba a salvar el pellejo.
Fueron, no sé, dos o tres segundos de duda. Nos miramos los tres compañeros que íbamos, hicimos un gesto con la cabeza y con la segunda oleada de gente que venía frente a nosotros, aún más numerosa que la primera, iniciamos la retirada. Una salida por pies contenida, tratando de mantener la calma, pero sin disimular. Sin esprintar, pero sin parar. Fueron cien, quizá doscientos metros, giramos una esquina y a un lado vimos una cervecería en la que entraba gente a tutiplén y comenzaba a cerrar la puerta. Ahí nos metimos. Y ahí pasamos más de cuatro horas de todos los colores.
La orden de la Gendarmería, que llegó después para todo el mundo, era que la gente se quedara y encerrara en su casa y que los locales públicos, como el nuestro, cerrara y no dejara salir a nadie. Ahí quedamos encerrados. Curiosamente, buena parte de los que ya llevaban un tiempo en el local parecían muy distraídos, como ajenos al drama, jugando a un juego en línea. Quizá era una forma que tenían de distraer el ánimo. Los demás tampoco despegábamos los ojos de los móviles, pero para ver las noticias y pantallazos que nos iban llegando.
Pero lo que de verdad hierve la sangre es lo cerquita, lo cerquita de verdad, que estuvimos de la acción del terrorista y de uno de los escenarios del atentado. Y es que, una vez dentro de la cervecería Juliette et Les Cycles, que es como se llamaba nuestro encierro temporal, nos comenzaron a llegar decenas de mensajes, de tuits y pantallazos. Rumores y, finalmente, confirmaciones de que era un atentado. Después nos hablaron de heridos, luego de uno, dos y hasta tres muertos y muchos más heridos, ocho de ellos muy graves. Y que podían ser varios terroristas, uno de ellos huido sin localizar. Una vez confirmado el atentado, se lo comuniqué inmediatamente a mis hijos y al periódico, por este orden.
Hervía la sangre, digo, más aún cuando a través de otros compañeros, encerrados en el Parlamento Europeo, nos llega el relato oficial de la Gendarmería narrando el recorrido del terrorista. La hora y las calles y la esquina por la que habíamos transitado un par de minutos antes de ver a la gente en desbandada.
El terrorista había entrado al mercado de navidad por la misma calle que transitábamos nosotros, rue des Orfevres, y donde vimos a una persona tendida en el suelo, cubierta con algo y a la que estaban atendiendo otras dos o tres personas, mientras un policía nos obligaba a detenernos y nos pedía que saliéramos por una callejuela.
En aquel momento pensamos en un vahído, un mareo o indisposición del que estaba tendido. Y no, luego supimos que fue una de las víctimas.
Sin darle más importancia, decidimos ir al lugar de la cita para la cena. Los tres dimos la vuelta por la callejuela que nos indicó el policía, volvimos a salir a un lateral de la catedral y en un minuto atravesamos la plaza Gutemberg, que es donde se nos vino encima la oleada de gente que huía del terrorista. Al parecer, el sospechoso acababa de ir por allí, pistola en mano, después de haber disparado a más personas.
Esto sucedía a las ocho y unos pocos minutos. A las doce y media, la policía nos dejos salir del local. Pero sólo en una dirección: hacia las afueras. Yo tenía el hotel en la plaza Klever, una zona donde, al parecer, también había pasado el terrorista y donde se montó un hospital de campaña. Hasta mañana tomado. Imposible ir para allá. Estuvimos dos horas andando de acá para allá, fuera del cordón que había establecido la policia. Imposible coger un taxi y los autobuses y los tranvías no funcionaban. Dos horas después logramos detener a un taxi y recolocarnos en otros hoteles.
Ahora, con un poco de tiempo para la reflexión, casi mejor no pensar en el 'si hubiera...', porque entras en el bucle de qué habría pasado de haber ido unos metros, unos minutos por delante. ¿Sentí miedo? Mentiría si no dijera que sí, que pasé un poco. ¿Y preocupación? Mucha. Estás en un país extraño, en una ciudad que no conoces y sin saber cómo ni cuándo te van a evacuar de la cervecería. Oyes sirenas, carreras... piensas si al día siguiente nos dejarían movernos con libertad y si habría o no problemas para abandonar Estrasburgo en avión.
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