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Enrique Serbeto
Lunes, 29 de enero 2024, 08:57
El sector del automóvil es uno de los puntales de la economía europea, con una importancia extraordinaria en Alemania, Francia, Italia y España. Al mismo tiempo, la Unión Europea ha decidido apostar de forma tajante por la transición energética hacia una movilidad libre de emisiones ... con el coche eléctrico.
La Comisión Europea está intentando hacer compatibles ambas cosas, la electrificación del modelo de movilidad y la supervivencia de los constructores en un mundo en el que la competencia de otros mercados, China y Estados Unidos, amenaza la supervivencia de la industria.
Toda la legislatura europea que terminará en junio ha estado enfocada hacia la reducción de emisiones, con la vista puesta en el final de los motores de combustión interna en 2035. Sin embargo, Italia y, sobre todo Alemania, han intentado suavizar esta medida y de cara a la próxima legislatura el Partido Popular Europeo (PPE), el más poderoso en la Eurocámara, acaba de aprobar su manifiesto en el que propone renunciar definitivamente a esta medida, una excepción que hasta ahora estaba prevista solamente para coches que funcionen con combustibles que no sean de origen fósil y neutros en materia de emisiones.
La propuesta de los populares, de cambiar la prohibición de los motores de explosión por otras «medidas innovadoras», puede acabar siendo uno de los elementos centrales de la campaña electoral europea.
Hasta ahora, en Bruselas se ha visto que lo que resulta fácil de aprobar cuando se habla de emisiones y de cambio climático, puede no serlo tanto al entrar en la realidad industrial. La transición al coche eléctrico se ha revelado como un campo de minas para la industria europea, acostumbrada a dominar hasta ahora el mercado mundial con una tecnología basada en los combustibles fósiles.
Primero fueron las subvenciones anunciadas por la administración norteamericana para los coches eléctricos fabricados en Estados Unidos, lo que constituye una invitación para que las grandes marcas europeas trasladen su producción al otro lado del Atlántico. Después ha emergido la industria china como la fábrica del mundo, especialmente las baterías, como principal amenaza y finalmente las consecuencias del Brexit, dado que el Reino Unido es -de lejos- el principal mercado para los fabricantes europeos, han obligado a retrasar la entrada en vigor de las nuevas reglas hasta 2027, so pena de castigar aún más a los fabricantes cuyas fábricas siguen estando altamente interconectadas con las británicas.
La única respuesta que ha podido salir de la Comisión para apoyar a los constructores es plantear una nueva regla que pretende poder determinar cuando un coche es demasiado viejo para ser vendido como tal, es decir, cuando se considera que es irreparable, como una nueva medida para intentar llevar a la chatarra tantos coches viejos como sea posible.
En efecto, hasta ahora la UE (que tiene la competencia exclusiva en comercio exterior) ha sido incapaz de revertir la medida propuesta por la Administración Biden para inundar el mercado de subvenciones para comprar coches eléctricos. Ha habido algunos intentos de resolverlo a base de propuestas como la de crear en Europa un paquete equivalente de ayudas de las que también podrían beneficiarse los constructores americanos, pero Washington exige para ello reglas de origen claras sobre los componentes, sobre todo las baterías, que los fabricantes europeos no pueden cumplir sencillamente porque trabajan con productos hechos en China, que para nosotros es un socio comercial -incómodo pero socio- y para Estados Unidos representa un colosal enemigo estratégico en todos los campos.
Para uno y otro lado del Atlántico, la realidad es que en materia de movilidad eléctrica (fabricación de baterías, puntos de recarga, coches vendidos) China es ahora el numero uno del mundo y sus fabricantes de coches están planeando invadir el mundo.
La única defensa por parte europea ha sido abrir una investigación que empezará estos días, precisamente para constatar que todo ese desarrollo del coche eléctrico se ha hecho con ayudas públicas, lo que permitiría imponer aranceles a las unidades que quieran vender en Europa en el futuro. Pero esa investigación se centra en las marcas asiáticas, no afecta a los constructores europeos que tienen desde hace tiempo fábricas en China, una prueba más de esa dependencia que afecta al mercado europeo.
Las dos disputas, la de las subvenciones americanas y la de los subsidios que se investigan en China, presuponen probablemente que durante mucho tiempo Europa estará otra vez sumida en largas batallas judiciales en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC) como sucedió en la batalla entre Boeing y Airbus. Y quien sabe si al final, la propuesta de los populares europeos de anular la condena a muerte de los motores de combustión acabe siendo esa fórmula para salvar el futuro de una industria que ha sido el motor -y nunca mejor dicho- de la economía europea durante el último siglo.
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