
El nervio dormido
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El Día de la Patria del nacionalismo vasco muestra una ideología en transición; su actual apaciguamiento táctico puede virar hacia la radicalidad según interesesEl nacionalismo vasco celebra hoy el Aberri Eguna, el Día de la Patria, en un contexto de transición. Por un lado, el PNV ha renovado ... su dirección con Aitor Esteban como presidente. Su llegada parece mostrar una línea más exigente con los socialistas, con los que los peneuvistas están aliados en todas las instituciones, aunque no cambien su línea posibilista y pactista. Tanto ellos como EH Bildu impulsan al mismo tiempo una negociación sobre el nuevo estatus de autogobierno de Euskadi en la que quieren implicar al PSE. Si algo tienen claro hoy los nacionalistas es que se van a alejar del modelo unilateral de desbordamiento de la legalidad puesto en marcha en Cataluña, con los resultados catastróficos del 'procés'. Pero en esta reforma del Estatuto de Gernika reclaman el reconocimiento de la 'realidad nacional' vasca, que es una cuestión que pone el foco en el modelo de Estado autonómico derivado de la Constitución de 1978, la misma que ampara y reconoce los derechos históricos forales. Esta es la música del Aberri Eguna de hoy.
En este momento el nacionalismo vasco permanece apaciguado en una sociedad en la que lo identitario ha perdido fuelle, pero puede reaparecer sobre la base reactiva frente a un enemigo común que le instigue. Porque el nacionalismo es como una muela. Cuando la boca está sana, ningún problema. Pero cuando se detecta una infección y esta toca el nervio, puedes ver las estrellas. La metáfora retrata el problema que puede provocar un conflicto nacional mal resuelto o cerrado en falso. El nacionalismo vasco está en este momento en 'modo tranquilo'. La pulsión soberanista se ha replegado y el debate identitario ha perdido fuelle. El apoyo a la independencia ha tocado mínimos históricos. El fin de ETA ha acelerado el cambio.
El discurso de resistencia nacionalista del antifranquismo o del inicio de la Transición es un capítulo del pasado rodeado de un imaginario emocional y épico ya superado. Pero eso no quiere decir que el sentimiento nacionalista haya desaparecido. Ni mucho menos. El nacionalismo permanece dormido o latente, en especial entre las nuevas generaciones que viven la identidad, o las identidades, de una manera más versátil, transversal y laica que sus antepasados. El tiempo de las certezas se ha visto reemplazado por la cultura de la incertidumbre. El paisaje sociológico está mutando aceleradamente. En 2050, el 30% de los niños vascos serán hijos de extranjeros nacidos fuera de España.
Pero que el sentimiento esté adormecido no quiere decir que esté desaparecido. De entrada, porque la mayoría política en el País Vasco es abiertamente nacionalista. El sentimiento de agravio puede despertarse con virulencia aunque en este momento histórico el rechazo hacia 'lo español' ha bajado enteros. La reacción más hostil puede reaparecer sin darnos cuenta. Lo pueden reactivar diferentes factores. La posibilidad de una crisis económica es uno de ellos. O un cambio político en Madrid, con un Gobierno de la derecha en el que estuviera el ultranacionalismo español de Vox.
El PNV y EH Bildu saben perfectamente que ahora no toca extremar el discurso. Están ante otra ventana de oportunidad. Creen que es mucho más útil aprovechar la minoría parlamentaria de Pedro Sánchez para asentar determinadas reivindicaciones y arrancar concesiones políticas. Tanto en el plano del reconocimiento nacional de Euskadi como en el de la profundización del autogobierno vasco, a través de los mecanismos pactados del Cupo o de un nuevo sistema de garantías.
Si el reconocimiento nacional de Euskadi parece que es una asignatura que va a ser asumida, otra batalla ideológica bastante más compleja es la del derecho a decidir, que no tiene encaje viable en la Constitución y que se va a estrellar contra el muro de la legalidad vigente. Tanto el PNV como EH Bildu asumen que el ejercicio unilateral de la autodeterminación es imposible con la actual relación de fuerzas en España y sitúan el debate en el tejado de la UE, a la espera de una futura Ley de Claridad como la aprobada en Canadá que se antoja , al menos a medio plazo, como un ejercicio de voluntarismo que aparca el asunto 'ad calendas graecas'.
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