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Al ver el pasaporte español, el agente iraquí chapurrea con gesto sonriente: «España». Y acto seguido: «Cristiano». A quien acaba de aterrizar en el aeropuerto de Bagdad desde Madrid, vía Doha, le extraña que le mencionen tan pronto la religión. Como si adivinara, el iraquí, ensanchando aún más la sonrisa, añade: «Hala Madrid». El trámite de obtención del visado, que se ventila en el propio control de inmigración, se zanja rápido y sin ningún problema, previo pago de 80 dólares. En el vuelo, medio vacío, viaja otra media docena de extranjeros de países árabes, que no tienen tanta suerte. Puede parecer una anécdota, pero denota algo que vamos a confirmar en días sucesivos: los españoles caemos bien en Irak, y algo influye lo que venimos a ver.
Tras recoger el equipaje, salimos a la zona de llegadas y allí no tardamos en divisarlos. Dos hombres jóvenes, en forma, con camiseta negra y pantalón táctico de color beige. Uno de ellos avanza hacia nosotros y se presenta sin pérdida de tiempo: «Sargento Tineo, responsable de su call-sign –y mientras señala al otro, agrega–. El legionario Isam, su ángel guardián».
Esta es la primera imagen que reciben de Bagdad los que vienen aquí para trabajar como asesores dentro de una de las dos misiones en las que en estos momentos participan en Irak los soldados españoles, la denominada NATO Mission Irak (NMI): militares y civiles de los distintos países de la Alianza que están en Bagdad a petición del Gobierno iraquí para dar asistencia a la reorganización, modernización y capacitación de sus Fuerzas Armadas –y pronto también de seguridad–. Estos legionarios del Tercio Duque de Alba de Ceuta –que junto a efectivos del Grupo de Regulares 54 y daneses, lituanos y polacos, bajo el mando conjunto de un comandante español, forman la llamada Unidad de Force Protection– son además buena muestra del papel significativo que los españoles desempeñan hoy en Irak.
Puede parecer una misión menor: dar seguridad en sus desplazamientos, desde su misma llegada, al personal de NMI. Pero cuando en el camino a la salida nos explican cómo va a ser la operación, se percibe otra cosa. Viajaremos en un convoy de cuatro vehículos civiles blindados, dos que esperan en la puerta y otros dos ya a la salida del aeropuerto, donde el sargento y el legionario se arman y se reúnen con el resto del equipo: en total una docena de legionarios, dos de ellos mujeres. Esta misión, además, nos explicará luego el comandante Villaescusa, jefe de la unidad, refuerza la presencia y la reputación de los españoles ante el resto de los miembros de la Alianza, cumpliendo uno de los requisitos que impone la autoridad iraquí: que su seguridad se provea sin hacer visible la presencia militar extranjera.
Y hay otro detalle, el factor hispano: los asesores de NMI se encuentran con unos soldados que cumplen con su misión sin dejar de mostrarse cordiales, desde la botella de agua fría que te ofrecen nada más subir al coche. Isam, ceutí de origen marroquí, aporta algo más: en uno de los checkpoints que debemos cruzar antes de llegar a nuestro alojamiento, habla en árabe con los iraquíes, con su sonrisa franca y sin perjuicio de los servicios del lingüista que junto a un experto en inteligencia y un navegador forman la dotación de cada call-sign, o equipo de protección.
Ni esa noche ni en los días siguientes es fácil moverse por Bagdad, ciudad sin semáforos y de tráfico anárquico. Aun así, los españoles de la Force Protection consiguen, con suavidad y firmeza, que jamás se deshaga el convoy. Uno de ellos, el capitán Hierro, fue padre el pasado 25 de agosto. Su mujer le puso un wasap cuando rompió aguas, pero desde Bagdad no pudo llegar a tiempo de ver nacer a su hija. La niña se llama África.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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