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Los colectivos humanos no votan lo mismo en las elecciones. El respaldo a un partido u otro no se puede diseccionar entre hombres o mujeres ni entre ricos o pobres ni entre universitarios o iletrados. Cada voto es de su padre y de su madre. Pero las fuerzas políticas tienen raíces más firmes en según qué segmentos de la población por razones muchas veces difíciles de discernir. En Cataluña, el apoyo al independentismo está más asentado entre las capas con mayores recursos económicos o con más estudios, mientras que el caladero constitucionalista está entre los sectores con menor formación educativa y en las grandes ciudades.
Una pregunta recurrente ante la potente manifestación de independentistas en Bruselas del pasado jueves fue la de quién pagaba ese multitudinario viaje de puente a la capital de Bélgica. La respuesta estaba en el bolsillo de los asistentes. Un estudio del Centre d’Estudis d’Opinió, dependiente de la Generalitat y también llamado CIS catalán, señala que entre quienes ingresan más de 4.000 euros al mes el apoyo a la independencia alcanza al 54%; entre los que ganan entre 2.400 y 4.000 sube al 55%; y entre los que se mueven de los 1.800 a 2.400 mensuales es del 53%. A partir de ahí, se detecta un escalón porque el 51% de los que perciben de 1.200 a 1.800 euros cada mes se declaran contrarios a la secesión; entre los que cobran de 900 a 1.200 euros mensuales el rechazo sube al 66%; y es del 59% en el segmento que cobra menos de 900.
Unos datos corroborados no con tanta precisión por otro estudio del Instituto GAD3 para Societat Civil Catalana que constata que entre las familias catalanas con ingresos netos superiores a los 3.000 euros al mes el apoyo a la separación de España es del 52% y en las que perciben menos de mil euros mensuales netos es del 30%. La independencia, a la luz de estos datos, encuentra menos adeptos entre los catalanes que tienen dificultades para llegar a fin de mes. Esa franja de la población tiene otros problemas distintos a los identitarios. Al revés que entre la población con una posición económica acomodada.
Esta diferencia se produce en casi todos los análisis comparativos y quizá el más ostensible sea en el terreno educativo. El último barómetro del CIS correspondiente a noviembre señala que el 47% de los catalanes con estudios universitarios repartirá su voto entre Esquerra, Junts per Catalunya y la CUP, siendo el partido de Oriol Junqueras el preferido con el 22,2% de la intención de voto. En cambio, apenas el 24% de quienes tienen formación superior dice que darán su papeleta el 21 de diciembre al PSC o Ciudadanos o PP.
En el otro extremo de la paleta educativa la situación es inversa, los constitucionalistas son mayoritarios entre la población con menos estudios. El 45% de las personas sin estudios votarán una opción constitucionalista: a los socialistas el 21,7%; a los liberales el 13,7%; y a los populares el 9,5%. En cambio, solo el 6% de la población con menos formación en las aulas tiene alma secesionista.
Los independentistas, además, tienen una implantación más homogénea en el territorio que los constitucionalistas. El voto rural es un banco casi exclusivo para Esquerra y Junts per Catalunya, que entre los dos acaparán el 43% de la intención de voto en los municipios de menos de 2.000 habitantes. En la Cataluña profunda, ni el 18% dice que apoyará a una de las tres fuerzas constitucionalistas.
La situación se equilibra en los grandes centros urbanos, pero siempre con el soberanismo por delante de los antiindependentistas en intención de voto. En municipios de 100.000 a 400.00 habitantes, entre Esquerra, JxC y la CUP cuentan con el apoyo de casi uno de cada tres electores, mientras que Ciudadanos, PSC y PP tienen una intención de voto del 28%. En las ciudades de más de 400.00, el independentismo recibiría el voto del 35% y el constitucionalismo, del 30%. Ese reparto del voto se mantiene incólume desde las primeras elecciones, en las que la Convergència de Jordi Pujol se hizo imbatible en las pequeñas poblaciones rurales, un respaldo que los socialistas contrarrestaban en las grandes poblaciones y sus cinturones urbanos.
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