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El jueves 13 de marzo, cuando ambos volvieron a reunirse, esta vez en La Moncloa, después de casi 15 meses sin verse cara a cara ... y ante el centrifugado que ha imprimido el segundo mandato de Donald Trump al contexto internacional, Alberto Núñez Feijóo se encontró con un Pedro Sánchez que no es que se guardara para sí el plan que tiene en mente para que España afronte el compromiso contraído con la OTAN y la UE de acelerar la subida del presupuesto en defensa hasta el 2% del PIB.
El jefe de la oposición y líder del primer partido del país dedujo de su conversación con el presidente que éste, en realidad y según la versión de Génova, «no sabe qué va a hacer» ante la exigencia defensiva frente al expansionismo ruso y el proteccionismo arancelario estadounidense que se han adueñado del escenario dando un vuelco a las prioridades; y en el que el rechazo de Sumar y el resto de los socios a la izquierda, escenificada hace cuatro días en el Congreso, incomodan la posición de un Sánchez que se resiste a hablar de «rearme» y del que todos –aliados y rivales– dan por hecho que no pasará por las Cortes el incremento del presupuesto militar si puede evitarlo.
El PP, que comienza a percibir en las encuestas un trasvase hacia sus filas de votantes de Vox desafectos hacia los de Santiago Abascal por cómo se han abrazado al trumpismo –con incidencia especial de la política arancelaria que inquieta, entre otros sectores, al campo español–, no piensa soltar la presa de las sobrevenidas dificultades de Sánchez para manejar la política doméstica en el nuevo e incierto terreno internacional. Tras unos compases iniciales en los que estuvo sometido al intento de pinza del presidente –por sus pactos con «la ultraderecha» frente a los valores fundacionales de la UE– y Abascal –por su supuesta proximidad a los socialistas contra el líder de EE UU–, Feijóo optó por hacer suya la bandera de una paz «justa y duradera» para Ucrania frente a «la agresión» de Vladímir Putin, en línea con lo que defiende la Unión y en coincidencia con el mensaje institucional de Sánchez; y situó el marco para la confrontación en exigir al presidente que lleve al Congreso sus intenciones ante la coacción belicista rusa y en subrayar que su renuncia a hacerlo –y a requerir el aval del PP para una mayoría de país– evidencia tal debilidad parlamentaria que «ya no puede hablar en nombre de España en Europa, solo en el de su partido».
«Sánchez preside una UTE, no un Gobierno», ironizan en Génova, que trazan la oposición que desplegará el PP, con las tensiones internacionales reescribiendo el guion de la legislatura, sin orillar instrumentos recurrentes como las causas judiciales al entorno personal y político del jefe del Ejecutivo. Los populares confirman, por una parte, que lanzarán una ofensiva en las Cortes, Europa y otros ámbitos para «evidenciar la precariedad» del presidente; y, por otra, que se afanarán en ser percibidos, entre el electorado de amplio espectro y las instituciones de la UE, como «un Gobierno a la espera» del que los socios comunitarios y la OTAN infieran que será un aliado «fiable». «Se trata de demostrar que la legislatura no da más de sí, sin alimentar la ansiedad», concluyen en el equipo de Feijóo.
La decepción de las últimas generales, sumada al modo con que Sánchez salva los partidos en el último minuto gracias a las «cada vez mayores cesiones» a Junts y ERC, ha hecho cundir el escepticismo en el núcleo más cercano al líder del PP sobre la posibilidad de que el inquilino de La Moncloa acabe precipitando el final de su mandato. Una voz de la dirección nacional pronostica que los socios se mantendrán en «la hipocresía» de tildar de «señor de la guerra» a Sánchez mientras permiten que continúe incluso sin Presupuestos. Pero otro dirigente cree que el debate desatado sobre el gasto militar aproxima «el momento de la verdad». «La pelota está en el tejado de Sánchez y tendrá que mojarse» ante las exigencias de la UE, sostiene este cargo.
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