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Ane ontoso
Martes, 18 de septiembre 2018, 07:20
Este sábado se cumple una década del asesinato del brigada Luis Conde de la Cruz. ETA le asesinó en la madrugada del 22 de septiembre de 2008 en Santoña. Su viuda, Lourdes Rodao, que entonces tenía 43 años, aún mantiene nítido aquel instante que ... se convirtió eterno. Estaba a su lado. Poco antes de la una de la mañana, la residencia del Patronato Militar del municipio cántabro había recibido un aviso de bomba y el guarda jurado les mandó salir. Conde salió por delante de su esposa, en el momento que estalló un coche bomba con unos 100 kilos de explosivo. ETA no había dado tiempo suficiente para evacuar.
«Tuvo la mala suerte de que un trocito de metralla le impactara en la carótida», lamenta Lourdes que no olvida el color de la sangre: «Roja clarita, en vez de oscura». «Tenía pulso –rememora–, pero sabía que estaba prácticamente muerto. Si te dan en esa arteria es fulminante: sangras y te vas». Pidió a gritos una ambulancia, pero los sanitarios que acudieron le impidieron acompañarle. Tampoco volvieron a buscarla, tal como le dijeron. No se pudo despedir. Se enteró de la muerte de su marido por la radio de un vecino, tras tres horas deambulando «sola» por Santoña «en pijama, con una cazadora y las llaves del coche en la mano». El coronel de la residencia ni le recibió.
En el juicio declaró que «me habían abandonado. A un perro se le tiene más consideración que a mí». Con ese testimonio consiguió que la política de atención a víctimas se revisara. «Fue una omisión de socorro, una crueldad total», se duele. «Hice muchas llamadas a los hospitales porque nadie me decía dónde estaba mi marido y murió a 100 metros de mí, en el centro de salud de Santoña», expresa con pesar. Cuando llamó a su familia no fue capaz ni de contarle a su hijo, de entonces 24 años, que su padre había muerto.
Diez años después, Lourdes revela que el tiempo «te dulcifica un poco el dolor». Reconoce, no obstante, que «lo tengo presente cada día, lo que pasa es que te duele menos». Los autores del atentado, Daniel Pastor Alonso, alias 'Txirula'; Iñigo Zapirain Romano, 'Aritza'; y Beatriz Etxebarria, 'Kot', miembros del 'comando Otazua', fueron condenados en 2013 a 485 años de cárcel por la Audiencia Nacional. Para la viuda del brigada del Ejército de Tierra, «se hizo justicia». La experiencia del juicio, sin embargo, no fue fácil. Aún recuerda cómo, después de que la jueza dictara sentencia, las personas que tenía a su lado –supuso que familiares– se pusieron a aplaudir. «Como diciendo, qué bien lo habéis hecho. Se me quedó grabado, me impactó».
Una sentencia reconoció a Lourdes estrés postraumático. También pasó una depresión de cuatro años. «Me quedé en 47 kilos –evoca–. Con medicación para dormir porque tenía pesadillas con el momento del atentado». Ahora mismo no toma «nada». Decidió salir adelante e incluso ahora comparte su vida junto a un «compañero de viaje», aunque «mi marido va a estar siempre ahí, estuvimos juntos 26 años». Hoy en día su vida gira en torno a «ayudar a la gente. Y tengo que hacer cosas, no puedo estar en casa ahí llorando».
Es deportista, hace medias maratones y le gusta mucho el contacto con la gente. También ha estado haciendo un proyecto con el Ministerio del Interior, con la oficina de apoyo a víctimas, para dar charlas por las aulas de 3º y 4º de la ESO sobre «lo que hemos hecho después del atentado. Los jóvenes de 13 y 14 años no saben quién es Miguel Ángel Blanco, ni Irene Villa. ETA les suena pero no saben nada».
La viuda de Luis Conde confiesa que el fin de ETA lo vivió «mal», y admite que no se cree «nada. Las cosas se demuestran con hechos no con palabras, que entreguen todas las armas». Los acercamientos de presos, asimismo, le parecen una «tomadura de pelo». A Lourdes le ofrecieron ir a la cárcel para recibir perdón de parte de los asesinos de su marido, pero dijo que no «taxativamente. No les guardo rencor, ni odio, pero no les perdono. Ni olvido. Aunque cerré la puerta con el juicio».
–¿Ha vuelto a Santoña?
– Volví hace cuatro años con una amiga a un homenaje de víctimas. Estuve en la puerta de la residencia, pero fui incapaz de entrar. Vi el agujero que dejó el coche, la zona. La semana posterior estuve fatal. Pero cerré esa puerta también.
Solo hay una pregunta que se repite a sí misma y afirma que va a quedar ahí siempre: «¿Por qué a él y no a mí? En realidad siempre íbamos agarrados y abrazados, con lo cual nos tenía que haber tocado a los dos. Pero en ese momento mi marido pasó él por la puerta, no me dejó a mí salir».
–Quizá fuese su instinto de protección...
- Puede ser, no lo sé. Me queda ahí. Me queda ese recuerdo bonito (se emociona).
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