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Carles Puigdemont y Toni Comín durante unas jornadas de trabajo de Junts en Waterloo (Bélgica). EFE
Las miserias detrás del 'exilio' de Waterloo

Las miserias detrás del 'exilio' de Waterloo

Tras las acusaciones de acoso sexual y de meter la mano en la caja, Toni Comín no se aparta en las elecciones del consejo de la república y desafía a Puigdemont

Cristian Reino

Barcelona

Domingo, 9 de febrero 2025, 00:03

Carles Puigdemont y Toni Comín han sido uña y carne durante mucho tiempo. Llevan siete años y medio enarbolando juntos la bandera del exilio republicano en Waterloo. Pero su relación ha saltado por los aires. Hay pocos matrimonios políticos que hayan aguantado a la trituradora del 'procés'.

Aunque el líder de Junts aún permite que el exconsejero de Salud de la Generalitat asista a las reuniones que la dirección del partido celebra en la capital belga, lejos quedan los días en que ambos mantenían largas sesiones en torno a un piano (Comín tiene formación musical) en las noches de vigilia de los hechos de octubre de 2017 en la residencia presidencial en el Palau de la Generalitat.

Carles Puigdemont y Toni Comín han hecho tándem durante años. En Waterloo, en el Parlamento Europeo y en el consejo de la república, una especie de gobierno catalán paralelo que se sacó el líder independentista de la manga y desde el que trató de dirigir el movimiento secesionista al margen de las instituciones oficiales. ERC no le dejó. Este pseudo Govern nació en 2018 y celebra desde ayer hasta el miércoles elecciones entre sus asociados (100.000) para elegir a su próximo presidente, el sustituto de Puigdemont. El expresidente de la Generalitat ya no quiere saber nada del que ha sido su juguete durante años y este organismo está destinado a caer en la casi total irrelevancia.

Tras las elecciones generales de julio de 2023, que situaron a Junts en el centro del tablero político español, Puigdemont dio un giro a su estrategia: se apartó del consejo de la república, regresó a la presidencia de Junts y puso toda la carne en el asador en Madrid para conseguir su amnistía. Comín también supo adaptarse a los cambios propiciados por la apuesta de Junts por participar en la gobernabilidad española. Su buena sintonía con Jaume Asens favoreció el encuentro en Waterloo con la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, que allanó el pacto de investidura con Pedro Sánchez.

Sin embargo, todo lo que le llegaba a Puigdemont del consejo de la república no le gustaba: sus más estrechos colaboradores le alertaban de que Comín se había llevado dinero del consejo para sus propios gastos personales. En concreto, 15.000 euros para unas vacaciones familiares. Ambos empezaron a distanciarse cuando el expresident autorizó una auditoría interna que acabó de confirmar las irregularidades contables. El líder de Junts nunca ha salido a defender a su más fiel escudero. Cuando vio que el escándalo se hizo muy grande, cesó a todo el gobierno del consejo de la república y convocó elecciones para elegir a un nuevo ejecutivo.

Ahora se ha sabido, así lo ha manifestado Toni Castellà, que Puigdemont pidió a Comín que no se presentara candidato. No le hizo caso y la del exconsejero de Salud es una de las cuatro candidaturas en liza desde ayer. El favorito es Jordi Domingo, que cuenta con el apoyo de Puigdemont, sin haberlo verbalizado, y de Lluís Puig, la tercera pata de lo que hoy sigue siendo el 'exilio' catalán, todos ellos pendientes de la aplicación de la ley de amnistía. La caída en desgracia de Comín se acrecentó cuando días atrás fue acusado por un excolaborador de Junts en el Europarlamento de acoso sexual y psicológico. El rapero Valtònyc, miembro del núcleo duro de Waterloo durante años y muy próximo a Puigdemont, cargó con todo contra el exconsejero de Salud. «He callado durante mucho tiempo», dijo. Le acusó de apropiarse de fondos del consejo de la república. Y le emplazó a verse en el «infierno». Comín replicó con un amago de querella, que aún no ha presentado.

Sin escaño

Lo tiene muy complicado, porque en el mundo postconvergente (como ocurre con otras formaciones) nadie osa desafiar al líder del partido. Y el exdirigente del PSC, luego ERC y ahora de Junts, lo ha hecho. Se resiste a apartarse de la carrera electoral en el consejo de la república. Su situación es insostenible. Fue elegido eurodiputado en 2023. Pero no tiene escaño. Para ser eurodiputado hay que acatar la Constitución en un acto en el Congreso. Y él no lo hizo para no ser detenido de acuerdo a la orden que aún del Tribunal Supremo. Se resiste a renunciar al escaño, pero en Junts ya empiezan a preparar el relevo. Todo en la formación nacionalista se hace muy sigilosamente.

Las diferencias en Waterloo no son nuevas. La primera que rompió formalmente la cohesión fue Clara Ponsatí. Afirmó que la «estrategia del exilio fue un engaño» que lo único que buscó fue la «supervivencia» política de Puigdemont. No solo rompió con Junts, sino que montó otro partido (Alhora, con escaso éxito electoral).

El autodenominado exilio republicano catalán llegó a tener dos esferas: Waterloo y Ginebra. En la primera estaban huidos Carles Puigdemont, Toni Comín, Lluís Puig, Clara Ponsatí y Meritxell Serret. En la ciudad suiza, Marta Rovira, Anna Gabriel y, más posteriormente, Rubén Wagensberg, Oleguer Serra, Josep Campmajó y Jesús Rodríguez. De toda esta docena de dirigentes, solo Puigdemont, Puig y Comín están aún pendientes de poder regresar, si la ley de amnistía les acaba beneficiando.

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