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ANTONIO G. ENCINAS
Valladolid
Miércoles, 18 de enero 2023, 13:15
Cuando Juan García-Gallardo (Vox) presentó el protocolo «provida», como lo bautizó, añadió «otras medidas» que su Gobierno de coalición con el PP ha puesto en marcha para fomentar la natalidad, como «la educación infantil gratuita de 0 a 3 años». Y a continuación desgranó ... este protocolo de ofrecer a las embarazadas «escuchar el latido fetal, ecografías en 4D y atención psicosocial». Lo del latido es un calco blando de lo fijado por decreto en Hungría por Víktor Orban el pasado mes de septiembre. Un texto que va incluso más allá: «Las funciones vitales del feto deben presentarse a las pacientes de una manera claramente identificable», explicita.
Vox tiene siempre muy presente el ejemplo húngaro. El propio García-Gallardo ha hecho referencia en otras ocasiones a las «21.000 plazas de guardería gratuitas» que puso en marcha el Gobierno de Orban. Y el fondo ideológico en el que se mueven ambas formaciones es el que se desprendió de la etapa de Donald Trump, inspirada por Steve Bannon, y que ha servido de base para movimientos como los de Jair Bolsonaro (Brasil), Giorgia Meloni (Italia) o el Brexit británico: nacionalismo, hartazgo del globalismo y de las renuncias a la soberanía -que impone la pertenencia a la Unión Europea, por ejemplo- y neoliberalismo económico duro.
GUILLERMO PÉREZ SÁNCHEZ, CATEDRÁTICO DE HISTORIA POLÍTICA ACTUAL DE LA UNIVERSIDAD DE VALLADOLID
Esta red de semejantes hace que los éxitos de unos se conviertan en los argumentos de los otros. Así que Vox presume del triunfo de las políticas de natalidad de Orban. «Tienen una política de favorecer la natalidad porque además les va la vida, Hungría es un país pequeño», explica el catedrático de la Universidad de Valladolid Guillermo Pérez Sánchez, experto en Historia Política Actual. Y desgrana el contexto geopolítico de Hungría, que es muy distinto al español. Para empezar, por su situación geográfica. «Durante 150 años Hungría estuvo bajo el control del Imperio Otomano», recuerda Pérez Sánchez. También se vio sometida a la influencia del comunismo soviético. Tiene frontera con Ucrania. Y vivió en 2015 la crisis de los refugiados, cuando miles de sirios cruzaron Turquía. «La proliferación de aquella inmigración del verano de 2015, cuando Turquía abrió las puertas, casi no había Gobierno en Grecia y la señora Merkel dijo aquello de 'Welcome refugees', pero luego los reparto... Es importante ver además por qué. Porque en la UE no hay una política de inmigración comunitarizada, y es uno de los grandes problemas que tenemos», explica Pérez Sánchez. Hungría se negó «a las cuotas» de inmigrantes.
«Enarbolan potenciar los nacimientos. En Hungría es un tema muy vivo, porque es un país pequeño», señala. Bajó de los 10 millones de habitantes en 2011. No lo hacía desde medio siglo antes, en 1961. Y cayó a 9,73 en 2021. Quieren, eso sí, «nacimientos húngaros», como afirmó rotundo Orban. «No necesitamos números, necesitamos niños húngaros», dijo, como contraposición a la «apuesta» de los países más occidentales de la Unión Europea por acoger a los inmigrantes como solución a la despoblación.
La receta húngara se ha basado, por encima de todo, en el dinero. Mucho dinero. En 2019 aprobó préstamos a familias con al menos dos niños para comprar una vivienda, ayudas a la compra de coches y exención del impuesto sobre la renta para las mujeres con al menos cuatro hijos. Solo, obviamente, para familias húngaras. Y la Constitución que aprobó en 2011 establece con nitidez qué engloba el concepto «familia» para Orban. «Hungría protegerá la institución del matrimonio, la unión conyugal de un hombre y una mujer basada en su mutuo y voluntario consentimiento. Hungría también protegerá la institución de la familia, que es fundamental para la supervivencia de la nación. La base para las relaciones de familia es el matrimonio, además de las relaciones entre padres e hijos. Hungría promoverá el compromiso de tener y criar hijos. La protección de las familias será regulada».
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«Hay una política pronatalista y de ayuda a las familias importante», explica Guillermo Pérez, «para potenciar la natalidad». Y se ha apoyado además en otra batalla, la que ha presentado contra lo que consideran «los 'lobbies' LGTBI» y su influencia en la educación. Porque la Constitución recoge además el carácter cristiano del país. «Todos y cada uno de los cuerpos del Estado estarán obligados a proteger la identidad constitucional y la cultura cristiana de Hungría», reza el texto.
Desde esa base se entiende otro de los artículos de la Constitución húngara. «La dignidad humana es inviolable. Todo el mundo tiene el derecho a la vida y a la dignidad humana; la vida del feto será protegida desde el momento de la concepción». De lo que se ha derivado el siguiente paso, esa obligación de que las embarazadas decididas a abortar -lo que pueden hacer en las 12 primeras semanas, cuando en España son 14- escuchen el latido fetal.
La pregunta es si todas esas medidas puestas en marcha por Orban han sido exitosas o no. Y la respuesta es compleja. Por un lado, hay un dato que observado en frío parece corroborar que ha funcionado. Hungría ha recuperado algo la tasa de fertilidad, con 1,59 hijos por mujer en 2020, frente a los 1,25 de diez años antes, cuando entró en el Gobierno por segunda vez. En ese periodo, España ha bajado de 1,37 a 1,19. La media en Europa se sitúa un poco por encima del 1,5. Sin embargo, el grueso de las medidas natalistas -y económicas- de Orban comenzó a aplicarse en el año 2019 y en su entorno la tendencia al alza es similar: ocurre en Polonia, Eslovaquia y Rumanía, por ejemplo.
La edad de la madre en el primer nacimiento siempre, desde 1975, ha sido menor en Hungría, y en general en los países del Este, que en España. La diferencia entonces era de 3,5 años en contra de España: las madres primerizas tenían 28,8 años y las húngaras, 25,3. En 2020, España ya se situaba en 32,3 años de media, y Hungría alcanzaba los 29,9. Es decir, que la distancia se ha reducido a 2,4 años. Algo que, como explica Oded Galor en 'El viaje de la humanidad', es común a las sociedades avanzadas. A medida que la mujer se incorpora al mercado de trabajo, y especialmente en el trabajo cualificado, disminuye la cantidad de hijos.
El futuro de las políticas de natalidad de Orban pasa por seguir inyectando dinero. Y, parece ser, por endurecer aún más las condiciones para poder abortar. Una práctica que, en comparación con España, es más frecuente. Allí se ha bajado en los últimos años desde los 12,2 abortos por cada mil mujeres en edad reproductiva a los 9,8. En España la ratio se sitúa en 7,5 y se mantiene relativamente estable. Juan García-Gallardo señaló en su comparecencia del jueves pasado que en Castilla y León se habían practicado 2.500 abortos en 2021, «y 70 de ellos en mujeres que ya habían tenido al menos tres». Un 2,8% de los casos.
«Cuando los dirigentes políticos, por ejemplo los de Vox, hablan de un país hay que ver la historia de ese país y sus propias condiciones», advierte Guillermo Pérez, que asume que España vive «un gran problema que no se ve, el invierno demográfico en el que estamos». Y para el que hacen falta políticas que, a la vista de lo ocurrido con la inmigración en Europa, son complejas y transversales.
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