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Salvador Illa no se cansa de repetirlo desde que comenzó la Navidad, periodo por excelencia de felicidad y de buenos deseos para el año venidero. «Este 2025 es un año de esperanza para una Cataluña que ha regresado a la normalidad», asegura el presidente de ... la Generalitat. Su discurso de fin de año de ayer le sirvió para, por enésima ocasión, hacer gala del optimismo antropológico que le caracteriza y del que llegó a tirar hasta en los peores momentos de la pandemia, cuando ejercía como ministro de Sanidad. «Soy muy consciente de las dificultades a las que nos enfrentamos, pero no debemos dejarnos arrastrar ni por los discursos que pretenden dividirnos ni por los que están cargados de odio o pesimismo», señaló el líder del PSC en su mensaje a los catalanes. Y añadió su fórmula para superar las adversidades y sentar las bases para un futuro próspero: «Respetarnos, escucharnos y comprendernos».
Las buenas palabras del presidente de la Generalitat, el primero no independentista en 14 años, se dan de bruces con la realidad política en Cataluña. En primer lugar, y el más importante, porque gobierna en minoría tras una investidura que salió adelante por un único voto gracias al apoyo de Esquerra y de los comunes, quienes después rechazaron incorporarse a un Ejecutivo de coalición.
Illa, quien asumió el cargo hace apenas cinco meses, asegura que sus socios prioritarios son las fuerzas que propiciaron su investidura. Su problema es lo mucho que ha cambiado Esquerra desde el pasado agosto. La guerra fratricida dentro de los republicanos ha dejado exhausta a la formación independentista a la vez que ha obligado a su reelegido presidente, Oriol Junqueras, a asumir posiciones más radicales respecto a los pactos con los socialistas, tanto en el Congreso de los Diputados como en el Parlament. De momento la primera prueba de fuego será la aprobación de los Presupuestos autonómicos, cuya negociación aún se encuentra en pañales debido al proceso interno de Esquerra. La nueva dirección republicana ya ha avisado de que no dará un cheque en blanco al PSC, más aún cuando observa las cesiones que Junts está arrancando a Pedro Sánchez a cambio de sus siete diputados en Madrid.
Además de sacar adelante las Cuentas, los principales proyectos del líder del PSC para el próximo año pasan por avanzar en la financiación singular para Cataluña, incrementar la seguridad ciudadana, facilitar el acceso a una vivienda asequible y fomentar la energía verde. Para la consecución de todos y cada uno de estos objetivos deberá pelear los apoyos en el Parlament con ERC y los comunes.
El presidente de la Generalitat tiene además un reto mayúsculo con el megaproyecto del Hard Rock para levantar un complejo de casinos y hoteles en Tarragona y al que los comunes se niegan hasta el punto de haber tumbado el Gobierno de Pere Aragonès la pasada legislatura.
Por si Illa tuviera poco con los quebraderos de cabeza que le darán sus socios de investidura deberá medirse a un Carles Puigdemont envalentonado por los varapalos parlamentarios que le propina en Madrid a Sánchez cuando se le antoja.
Lejos de cumplir su promesa de abandonar la política activa de no ser elegido presidente tras las elecciones autonómicas del pasado mayo, el expresident disfruta de un renovado protagonismo en la política nacional y catalana. Tanto que, a pesar de haber obtenido menos apoyos que el candidato del PSC en los comicios, se considera el presidente moral de Cataluña al haber sido el más votado dentro del independentismo. Y desde esta perspectiva está dispuesto a colocar cuantas piedras pueda en el camino de Illa. Aún así, el líder del PSC mantiene su optimismo innato hasta el punto de desear que el líder de Junts, su principal adversario político, pueda regresar lo antes posible a Cataluña.
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