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En pocas semanas ha huido el rapero catalán Josep Miquel Arenas (Valtonyc) para evitar entrar en prisión a cumplir condena por enaltecimiento. A Evaristo, el ex de 'La Polla Record', le han denunciado por injurias a la Guardia Civil, y el inefable Willy Toledo no ... se presenta ante el juez que le reclama declaración en un caso de posible delito contra los sentimiento religiosos. Los 'hooligans' de la libertad de expresión están indignados: «Esta democracia está podrida»; «los corruptos nos amordazan»; «Españakistán es como la Turquía de Erdogan»; «estado policial»; «no hay quien respire aquí». Y así sucesivamente. En su cuenta de twitter Maite Pagazaurtundúa, una ciudadana sensible y experta en la manipulación y la propaganda de los totalitarios, mostraba su preocupación por la defensa que desde posiciones «progresistas» han merecido estos artistas «reprimidos» por el sistema. «El desprecio a otras visiones ideológicas, agitada en la coctelera del asesinato como medio de alcanzar el poder político, es objetivamente grave», decía refiriéndose a esas letras del rapero catalán sobre «asaltar Marivent con un kalashnikov».
Para mayor escarnio hay que anotar que el primer grupo político en reaccionar ante la noticia sobre la denuncia a Evaristo Páramos, ahora exlíder de LPRecord, fueron los de EH Bildu, «en solidaridad con el cantante y todos los artistas reprimidos». Un tal Imanol, cantante no afín a la izquierda abertzale, murió en el exilio lejos de su hogar por la amenaza de los amigos «zumosol» de estos que entonces no defendieron precisamente la libertad del cantante. Es sólo un ejemplo del cinismo patológico de muchos abanderados de la «libertad de expresión». Claro que a Evaristo no se le conocen letras ni canciones criticando al terrorismo. Recuerdo ahora que, años ha, mi director Antton Barrena me hizo comerme (con razón) una entrevista que les había hecho a los del grupo Barricada y que en mi supina irresponsabilidad había titulado: «Alguien tiene que tirar de gatillo». Barrena sabía distinguir entre libertad de expresión, sátira, provocación o incitación al odio.
Esa frontera está perfectamente delimitada en todas las sociedades democráticas. El cómico franco-camerunés Dieudonne fue recientemente arrestado en el aeropuerto de París porque tenía pendiente de pagar dos multas por sendas condenas por difamación, injurias, y provocación al odio. La patria de la Liberté no se anda con miramientos cuando alguien, por la vía del humor o de otro formato «artístico», coquetea con posiciones racistas, antisemitas o pro-yihadistas. «Me siento Charlie-Coulibaly» había dicho Dieudo cuando le condenaron a prisión eludible por sus manifestaciones de incitación al odio. La unión de Charlie Hebdo con Coulibaly, apellido de uno de los terroristas del comando que realizó la masacre de la revista satírica francesa, es una ofensa a las víctimas intolerable en una sociedad democrática.
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