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El Congreso de los Diputados escenificó este miércoles, sin los aspavientos de las grandes ocasiones, un debate de hondo calado suscitado no porque así lo ... quisiera Pedro Sánchez, sino por la obligación de dar cuenta de lo ocurrido en el Consejo Europeo de hace una semana en Bruselas. Fue un áspero cruce entre el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición y de los socios de investidura entre sí, prolongado durante seis horas, que midió no solo lo recurrente –el estado de salud de la legislatura, atravesada hoy por la convicción generalizada de que Sánchez no logrará hacerse con la llave maestra de unos nuevos Presupuestos para amarrar su mandato–. También, y sobre todo, dónde está el país y los grupos políticos que lo representan ante un trance histórico para Europa provocado por «el regreso del imperialismo ruso y un giro copernicano en la política militar y económica estadounidense» que el jefe del Ejecutivo se dispone a afrontar, como quedó claro en la sesión, sin la cobertura de la amplia mayoría que podría labrar con el PP y con la alternativa, la de su investidura, descompuesta.
La definición del contexto geopolítico partió del presidente, quien se afanó en los 78 folios de su intervención inicial en fijar en la pared el clavo de dos argumentos: España, con él al frente, cumplirá el compromiso con la OTAN y la UE de acelerar la subida del gasto militar hasta el 2% del PIB bajo la asunción de que los valores y la prosperidad de los europeos están en peligro; pero ese riesgo –como todas las grandes «crisis», remedó a Jean Monnet– permitirá a la Unión salir más fuerte y autónoma en el escenario global y a España, aprovechar la ventana que se abre para el desarrollo económico abrazado a la sofisticación tecnológica. No se trata de un rearme sino, dándole la vuelta, de una oportunidad que el presidente prometió explorar sin detraer «un céntimo» de gasto social.
Pero nadie en la Cámara, ni socios ni rivales, dieron muestra a lo largo del debate de creerse los eufemismos a coste cero con los que Sánchez intenta salvaguardar el fortín de La Moncloa frente a un PP convencido, en palabras de Alberto Núñez Feijóo, de que «el rearme no es una apuesta belicista», sino que responde a la necesidad de defender las «democracias» europeas». Un mensaje que, más allá de las palabras empleadas, no difiere del fondo de lo dicho por el presidente, pero ante el que éste no hizo ni un solo gesto de querer procurarse el apoyo del partido más votado del país. En los compases iniciales de su comparecencia, incidió en comparar el incremento que él ha ido imprimiendo al gasto militar, al compás de un 10% anual, con la desidia mostrada a su juicio por Mariano Rajoy para ejecutar el compromiso de alcanzar el 2% del PIB que el entonces presidente del Gobierno firmó con la OTAN en Gales en 2014; un recordatorio que, en el otro lado del hemiciclo, remueve el rechazo a la escalada «belicista» de las izquierdas a la izquierda del PSOE.
Más tarde, en su todavía más extensa réplica, Sánchez dedicó casi tres cuartos de hora a intentar desmontar la estrategia de Feijóo, persuadido de que las dificultades de su oponente para definir su política de defensa y su voluntad de sortear el control del Congreso acreditan que la legislatura ya no da más de sí, dure lo que dure. A este PP, zahirió el presidente, «ni está ni se le espera» para forjar acuerdos de país. «Faltón, chulesco, desencajado y desorientado», se revolvió Feijóo contra su oponente.
Sánchez buscó, en paralelo, parapetarse ante las grietas que se extienden entre sus socios. El camuflaje del término rearme y el compromiso de que no rebajará el gasto social no fue interiorizado por sus aliados de izquierda, aunque Sumar, sentada en la bancada azul del Gobierno, evitó un cuerpo a cuerpo que habría alimentado la tesis de Feijóo de que el presidente solo puede hablar ya en Europa en nombre del PSOE. Eso, el cuerpo a cuerpo, quedó para una Ione Belarra que llegó a acusar a Sánchez de estar labrándose un futuro fuera de La Moncloa. De poco sirvió que Gabriel Rufián (ERC) apelara a las izquierdas a desplegar una estrategia capaz de combinar el 'No a la guerra' con dar respuesta al «miedo de la gente». Y de nada que Aitor Esteban, en su despedida antes de asumir la presidencia del PNV, pidiera a Sánchez una alianza más allá de la de investidura porque el momento trasciende las cuitas de su mandato.
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