Adiós a la familia Perote
Carmina Perote, Madre ejemplar ·
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Carmina Perote, Madre ejemplar ·
«Estoy esperando al tren, tengo la maleta preparada pero viene con retraso», respondía en su etapa final cuando le preguntaban por su estadoJOSÉ ÁNGEL HOYOS PEROTE
Martes, 25 de octubre 2022, 02:00
En julio celebraba su santo y su 94 cumpleaños rodeada de su familia y habiendo preparado ella misma, con el esmero de siempre, el correspondiente ágape. Los días siguientes, hasta su fallecimiento, el pasado 17 de octubre, sobraron en la vida de Carmina Perote, mi ... madre.
Fueron dos meses largos y difíciles, viendo llegar el final con una serenidad abrumadora y siendo conocedora de ello. A su vecina le decía «debo estar muriéndome porque mis hijos vienen todos los días a verme» y a los que la preguntaban por su estado, contestaba «estoy esperando al tren, tengo la maleta preparada pero viene con retraso». Precisamente el tren marcaría los primeros años de su vida.
A finales del siglo XIX llegaba a Helguera de Reocín un joven vallisoletano, de la zona vinícola de Peñafiel, para regentar la escuela de una Fundación, un lujo en aquella época.
Además del trabajo, Román Perote encontró el amor de una vecina, con ella se casó y uno de sus vástagos, Pedro Ángel, mi abuelo, fue maquinista de Renfe lo que le obligó a cambiar de domicilio por las principales plazas ferroviarias, Valladolid, Miranda de Ebro e Irún. Mis abuelos, Pedro y Elisa, tuvieron cuatro hijos: Milagros, Carmen, Zita Mercedes -todos ellos nacidos en Valladolid- y Miguel Ángel, que se adelantó y nació en un tren, camino de Pucela.
Aun teniendo raíces en Helguera, curiosamente mi madre conoció a mi padre, natural de esa localidad, en Vitoria. Mientras Toñín trabajaba en el ayuntamiento, Carmina atendía el bar-tienda que abrieron en la plaza del pueblo y como por entonces todo esfuerzo era poco para sacar adelante a cuatro hijos, también había alguna vacuca en la cuadra. Y allí comenzaron a fraguarse sus dotes de buena cocinera, porque en la zona eran afamadas sus meriendas e incluso se atrevía con bodas y bautizos. La aventura hostelera no duró mucho porque eran muchas las obligaciones y las necesidades iban mejorando.
Cuando en 1990 murió mi padre, se vino con nosotros a Santander para aminorar la soledad y ayudarnos en el cuidado de mi hijo Adrián 'su quitapenas', que se había adelantado unos meses. Pero todos los fines de semana regresaba al pueblo para atender a su perro, sus gatos -decía el vecino que él los vestía y calzaba y que de comer se encargaba Carmina- y sus plantas. Cumplida su misión regresó al pueblo, a vivir sola -nunca quiso que nadie la atendiera porque ella «no necesitaba a nadie»- y porque ella, como ET, quería morir «en mi casa y en mi cama». Y así fue.
Los últimos meses fueron muy duros viendo como su salud se iba deteriorando, lo que no la impedía mostrarse serena ante la anunciada muerte, ni tampoco renunciar a sus pinturetes cuando venían los médicos (gracias por su profesionalidad y atenciones a los doctores Carmen Rodríguez y Pedro Aguilera, de Puente San Miguel, y la unidad de paliativos de Sierrallana), porque además de guapa era muy coqueta y jamás salía de casa sin pasar una hora en el tocador. Y la prueba fue aún más dura cuando en este tiempo tuvo que despedir, como había vaticinado -«nos vamos juntos»-, a sus hermanos Miguel Ángel, cisterciense en la abadía de Cóbreces, y Milagros. Se fueron los tres, no quedan ya Perotes de primer apellido en Cantabria.
Llega la Navidad y habrá un vacío muy grande en la mesa -ya lo hay en la casa-, y en los platos, porque era una excelente cocinera, autodidacta, «a la Carmina». Para mí la especialidad era el arroz con leche (mucho, dulce y sin canela), inigualable, y siempre la decía «no lo hagas más porque no te puede salir mejor». Estas navidades no tendremos mazapanes, ni pan de Cádiz, ni cordiales. Estas navidades..., no tendremos a Carmina, a nuestra madre.
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