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Serafín González nació en Lantueno (Santiurde de Reinosa) aunque siendo muy pequeño se trasladó a vivir a Santander junto a sus padres y hermanos y ... fue en la capital cántabra donde ejerció como policía local durante cuatro décadas. Primero trabajando en la calle y, más tarde, en puestos fijos controlando el acceso a distintos recintos, para concluir su vida laboral en las dependencias municipales.
«Mi padre amaba su trabajo; lo he vivido desde pequeño», cuenta su hijo Sergio que, al igual que uno de los hermanos de Serafín, es también policía local. Recuerda que Serafín inició su vida laboral en la antigua SEAT como mecánico y fue en esos años cuando entró en contacto con otros agentes que le meten el gusanillo en el cuerpo y le animan a prepararse las oposiciones para hacerse policía. «A la vuelta de la mili se puso a preparar las oposiciones y en 1973 entró en la Policía Local de Santander donde permaneció hasta su jubilación, en el año 2012», relata Sergio.
Durante dos décadas Serafín trabajó en la calle, realizando labores de control del tráfico, principalmente. Un accidente sufrido a mitad de su carrera mientras atendía un accidente ocurrido en la avenida de Los Castros obligó a Serafín a abandonar el trabajo en la calle. «Como consecuencia del atropello tuvo problemas en las piernas y le empezaron a destinar a puestos fijos como La Marga», explica Sergio, quien recuerda que a su padre le concedieron la Medalla al Mérito Policial, una distinción que llenó de orgullo a la familia.
Amante de la música, a Serafín le gustaba mucho cantar y formó parte de dos agrupaciones corales santanderinas: la Coral Sardinero primero y, más tarde, la Agrupación Puertochico. Nunca faltaba a sus ensayos. «Hasta que la enfermedad se lo impidió, hace mes y medio, acudía siempre». Además del canto, su otra gran afición era jugar a las palas y disfrutar de las playas santanderinas en verano, de las que era un auténtico enamorado. «Era de los asiduos a las palas en el Camello y durante muchos años jugamos en el torneo 24 horas de palas que todavía se sigue celebrando, aunque ahora ya son 12 horas seguidas en lugar de las 24».
Durante el invierno, Serafín cambiaba las palas por las cartas y cada día acudía a echar la partida con sus amigos de la calle Isaac Peral, donde residía, y donde sus compañeros de juego cada tarde le echan en falta.
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