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J. L. P.
Santander
Domingo, 3 de diciembre 2023, 01:00
No es fácil definir a una persona querida en cuatro o cinco palabras porque una larga trayectoria vital, aunque se trunque precipitadamente a los 74 años, compendia más valores de los que expresan esa síntesis.
Ayer tuvo lugar la despedida, por parte de su familia ... y de varios cientos de amigos, de Begoña Pérez Toral, el 'alma mater' del bar-restaurante Solana en La Aparecida (Ampuero), una persona apreciada por su carácter afable, por ser una gran anfitriona, siempre con la sonrisa en su rostro, y por ser un ejemplo de sacrificio durante décadas y pieza esencial junto su marido Toñín en el impulso de un negocio familiar que hoy dirigen sus hijos y que, como se ha puesto estos días de manifiesto, tras conocer la triste noticia de su fallecimiento después de luchar denodadamente contra una cruel enfermedad, es muy querido: el talante de la familia Solana-Pérez va más allá incluso de la calidad gastronómica incuestionable del establecimiento.
Acostumbrados en los últimos años a ver a Begoña en su 'despacho', al fondo del bar, junto a la televisión, haciendo las cuentas en un cuaderno y las notas para los clientes a mano con una caligrafía especial, conversando tanto con conocidos y habituales como con 'debutantes' en la casa, leyendo el periódico o comiendo con su familia..., a partir del martes la echaremos de menos.
Begoña deja un hueco tremendo ya que era el pilar fundamental del bar-restaurante al que se incorporó a raíz de casarse con José Antonio Solana. Habían sido los abuelos de Toñín quienes abrieron en 1938 una tasca que sus padres convirtieron en tienda de ultramarinos y bar. Con Begoña al frente de los fogones, el bar Solana creció como casa de comidas y fue en 2004 cuando sus hijos, Inma e Ignacio, se hicieron cargo de la restauración a la que han dado un perfil más gastronómico pero sin perder la esencia y las virtudes de la cocina de su madre; y prueba de ello es que algunas de sus especialidades perviven con el nombre de Begoña en la carta.
Begoña ha sido cocinera y hasta el último momento ha ayudado, aunque fuese poner las alubias a remojo, en ese agua que ayer empapó a quienes participaron en el multitudinario funeral que se ofició en el Santuario de su Virgen, La Bien Aparecida, junto a su casa.
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