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Hay lugares que marcan la vida de las personas. La de Rufino García Pila estuvo marcada siempre por el sitio que le vio nacer, Lloreda ... de Cayón, donde dio sus primeros pasos en el mes de diciembre de 1920. Una época convulsa para llegar al mundo y que forjó el carácter de un hombre que, más allá de sus inquietudes personales y profesionales, fue, sobre todo, un amante de su pueblo y de los bolos.
Su juventud discurrió en Madrid, donde, con apenas quince años, le pilló el estallido de la Guerra Civil. Superado el conflicto, Rufino volvió a su pueblo, al Valle de Cayón, donde se casó con Agripina, su esposa, con la que tuvo cinco hijos. Junto a ella regentó su ganadería y un pequeño almacén de pienso.
Hombre inquieto, afable y educado, durante varios años se dedicó además a sus vecinos, primero como concejal del Ayuntamiento de Santa María de Cayón y, posteriormente, como alcalde pedáneo de Lloreda, cargos que ostentó tanto durante el franquismo como en la transición. Además, llegó a ser tesorero del municipio cayonés.
Sin embargo, su verdadera pasión era la madera. Durante su juventud participó activamente en los concursos que se organizaban en la bolera cubierta de Lavín, en Sarón, y siempre fue un fiel del corro de Lloreda. Amante de los bolos a la manera tradicional, lo suyo era el deporte a la antigua usanza, el de arriba los gananciosos y porrón de vino.
Pese a ello, en 2002 dio un paso adelante y fue el impulsor de la Peña El Mato, que sobrevive como una de las punteras de Segunda Especial. Con una mente preclara pese a su edad, no viajaba bola por el cielo de Lloreda que no tuviera a Rufino como espectador de lujo. Y hasta pocas horas antes de su fallecimiento preguntó a un vecino, desde su hogar cercano al corro, por la fecha de comienzo de la temporada.
Bolos y Lloreda, un tándem inseparable que García Pila llevó a gala siempre, hasta el punto de valorar a todos los que venían a jugar a la bolera de Santa Lucía, aunque siempre con una premisa clara: tú juegas bien, pero el del pueblo es mejor. Un hombre de los que deja huella y que deja a la bolera de Lloreda huérfana de uno de los suyos. Los bolos le deben un homenaje.
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Ana del Castillo
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