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J. C. F.
Martes, 6 de junio 2023, 02:00
Su madre, María Teresa, en el lado izquierdo de la cabecera de la cama. Su esposa, Sole, en el derecho. Sus hijos, Esteban y Ariana, ... sobre el lecho, agarrando cada uno de ellos una de sus manos, tratando de evitar lo inevitable. Muy cerca, sus hermanas y hermano, y una legión de sobrinos. Todos ellos fueron testigos de la última muestra de la tenacidad de un gran luchador, Esteban Reinares Marta. Esa virtud que le permitió batallar contra la enfermedad durante casi siete largos años, y que prolongó el último acto de su particular combate 72 horas, ante la incredulidad de los médicos viendo tal capacidad de resistencia.
Esteban, aragonés de pura cepa, noble por tanto de cuna, llegó a Cantabria con los preparativos para el establecimiento en la región de su empresa, El Corte Inglés. Con su profesionalidad y dedicación contribuyó al desarrollo de la misma y a su éxito en la región. Su don de gentes y su carácter afable y cercano hicieron que muy pronto se integrase en Puente Arce como un vecino de toda la vida, sumando una legión de amigos.
Orgulloso de su origen, se convirtió al mismo tiempo en un cántabro más. Aquí nacieron sus dos hijos, y en los últimos años logró hacer realidad una de sus mayores ilusiones: construir su casa en la mies de Arce. Tan solo le faltó poder plantar en el jardín el olivo como seña de su origen baturro. Lo plantaremos por ti.
«Excelente compañero», «gran hombre», «excelente persona», «supervisor de línea de cajas muy querido», «excelente jefe», son algunos de los mensajes de condolencia, testimonios de su gran calidad humana. Amante del contacto con la naturaleza, especialmente de la pesca y la micología, disfrutó de ambas siempre que pudo. Y también, muy especialmente, de las reuniones con sus numerosos amigos.
De los más cercanos se despidió personalmente por teléfono, la madrugada que -tras haber cumplido con su deber cívico de votar, pese a su precario estado- fue ingresado por enésima, y desgraciadamente, última vez en Valdecilla.
Nunca perdió la esperanza y la presencia de ánimo. Llevó con extraordinaria entereza las numerosas penalidades que la hostil enfermedad le deparó, e incluso buscó sin éxito armas médicas que le permitieran doblegar al enemigo que le consumía.
No pudo lograrlo, pero Esteban se fue de la mejor forma posible, la que elegiríamos todos si pudiésemos para la hora del adiós: rodeado permanentemente de todos los suyos, de una familia ejemplar, la que todos querríamos tener. De ella disfrutó al máximo hasta el último día. De él disfrutamos todos los que le conocimos cada minuto. Hasta siempre, Esteban.
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Ana del Castillo
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