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Vicente González Marcos nació en Salamanca el 23 de febrero de 1965. El menor de tres hermanos, siempre fue un chico curioso y comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Salamanca. Pero pronto descubrió que, por mucho que le interesaran la lectura, la política ... y la cultura, aquello no era lo suyo, así que dejó las clases y empezó a trabajar en el Rivendel, un local emblemático de la noche y la cultura salmantina que no hay que confundir con el restaurante que ahora luce ese nombre en la capital charra. Arrancó como camarero y terminó como socio de un establecimiento multicultural y aficionado al rock radical vasco por el que paraban Robe Iniesta y Manolo Chinato.
Tenía poco más de treinta cuando comenzó a rondar por Santander -sus motivos tenía- y por el Rvbicon que Moncho Burgués había abierto como restaurante en 1986 para convertirlo en bar al año siguiente y que no atravesaba su mejor momento. Marcos quería cambiar de vida. Estaba harto del ruido -el literal- del Rivendel. Quizá por eso su reverencial pasión por que se hablara bajito. Quedaron en el Terminal. Su idea era montar su propio negocio y buscaba asesoramiento, pero su nuevo amigo le convenció de que se convirtieran en socios. Fue una cuestión de conexión; de instinto. Acertaron.
En 2001 reimpulsó el que ya era un emblema cultural de Santander. Formó con Moncho una maquinaria muy engrasada hasta que el fundador cayó enfermo. Mientras se recuperaba, Marcos asumió durante un par de años el mando del bar de los mojitos y las palomitas con pimienta. Al regreso de Moncho, era uno de los locales de moda de Santander, abarrotado los fines de semana, pero no se dejaron cegar por el éxito. Siguieron programando charlas y conciertos, comenzaron a trabajar especialmente el jazz, bandera del Rvbicon los últimos tres lustros, y alumbraron en 2010 Sol Cultural.
Con Moncho como presidente, Javier Vila como fontanero y Marcos como motor, la Asociación Cultural Calle del Sol, un empeño de todos pero en especial de Marcos, involucró a un puñado de voluntarios y a todo el tejido cultural de Santander en una actividad que a lo largo de una década alumbró conciertos, publicaciones, concursos de relatos y fotografía y las fiestas anuales de la calle, las más culturales que jamás se hicieron.
Consiguió impulsar una asociación que marcó época, llevó a su bar (no le gustaba lo de sala) a los mejores jazzistas españoles y una destacada nómina internacional, dio abrigo al diván del poeta, a un cine club, a ciclos de conferencias. No le gustaba lo de gestor cultural, pero con el Rvbicon, la asociación y su implicación con todo el que se lo pidiera, lo era, de hecho. Puso Santander en el mapa del jazz español, algo que no habían conseguido en sus dos intentos las instituciones.
En 2013 la vida le golpeó duro en lo personal y lo profesional por la muerte de su socio -y no solo de su socio-, pero siempre tuvo carácter resistente y había tejido una densa red afectiva en Santander. Logró, como pocos, hacer de la necesidad virtud y convirtió el dolor en fuente de vida.
El final de Sol Cultural en 2022 fue una especie de macabro prólogo. Cuando el 26 de mayo, justo antes de las elecciones en las que un camarero de su Rvbicon consiguió acta de concejal, la noticia de su muerte corrió como pólvora prendida. Por mucho que ya se supiera que el cáncer que padecía ya no tenía solución, Santander se sumió en la tristeza. No solo por el bar que siempre fue puerto y refugio, casi el salón de casa, que también, sino sobre todo por el gran tipo que se iba.
El mundo de la cultura, sobre todo el de la música, y para más señas el del jazz, ya barrunta cómo homenajearle. En cierto modo Marcos siempre estará cerca del Rubi, en la calle en que vivía y donde tanto disfrutaba de ejercer de generoso anfitrión en su casa siempre abierta. Y en la calle del Sol.
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