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Raúl Real
Amigo de Iñaki
Domingo, 3 de septiembre 2023, 08:09
Tenemos un billete de ida en el bolsillo. Nos jactamos de celebrar la vida. Descorchamos el champán y reímos en la fotos. Mostramos nuestros pequeños logros como trofeos de caza. Hemos transformado la felicidad en una triste competición. La muerte, al contrario, carece de artificio, ... no entiende de rachas ni estadísticas. El tiempo pasa y los fantasmas se acercan. Pobre del que no quiera asumirlo.
Hace unos días falleció Iñaki García, llevaba unos cuantos años, junto a su compañera Cristina, viviendo en Noruega. Cada vez se mudaban más al norte, se buscaban la vida, eran felices en su casita rodeada por los pinos árticos, retirando la abundante nieve de la puerta con una pala. Poco a poco, con esfuerzo iban consiguiendo lo que pretendían. Iñaki se había alejado del mundo del rock por decisión propia y también por amor. Llevaba cuarenta años aporreando la batería en decenas de bandas. Algunas tuvieron éxito, otras pasaron sin pena ni gloria. Incluso su carácter temperamental parecía haberse visto apaciguado por el frío polar. En su día tuvo la suerte de permitirse vivir de su gran pasión: la música. Pero cuando llegaron las vacas flacas fue camarero, pinchadiscos, tuvo una tienda de ropa, trabajó en la construcción… incluso uno de sus últimos trabajos fue dinamitar hielo en los fiordos.
Iñaki era puro nervio, 'gourmet' del mejor rock and roll, un apasionado del boxeo, gran conocedor de la vida y obra de Mohamed Ali. Iñaki era pura energía, un coloso apátrida nacido en la cuenca del Besaya que vivió una juventud salvaje. Un tipo con un gran sentido del humor y, por qué no decirlo, bastante mala hostia. Con él también se va el mejor contador de anécdotas que jamás haya conocido.
Iñaki nos enseñó a los que éramos más jóvenes unos cuantos trucos del negocio, si es que puede llamarse negocio a repartirse cuatro perras en el underground musical. Pero curiosamente, cuando más he aprendido de él, ha sido en estos últimos meses en los que Iñaki sabía que el tiempo se le escurría entre los dedos. Su forma serena de afrontar el final ha sido una lección de vida para mí. Poder hablar abiertamente de ello ha sido enormemente triste, pero también del todo liberador. A cinco mil kilómetros de distancia, a través de la pantalla del teléfono me mostraba el salvaje paisaje ártico mientras charlábamos. En otras ocasiones simplemente lo veía postrado en la cama de un hospital. De esa forma mantuvimos largas conversaciones que guardo como un tesoro en mi memoria.
Iñaki llevó con total discreción su enfermedad, nunca quiso ser objeto de morbo ni cebo para las plañideras. Tuvo tiempo para reflexionar y hacer balance de lo que fue una existencia exprimida hasta el final. Sin arrepentimientos, porque de nada servía ya, también supo asumir sus errores. La vida es cambio y solo los necios se aferran siempre a una misma idea. Iñaki supo aceptar la muerte como parte de la vida. Cuando llegue el momento solo espero estar a la altura de las circunstancias como lo ha estado él.
No podría terminar este texto sin volver a mencionar a Cristina, quien ha sido faro y guía de Iñaki en los últimos años y que se ha comportado como una auténtica titana ante tamaña adversidad. Bravo y gracias querida amiga.
Y una última enseñanza que mi amigo me dejó: saber usar un te quiero sin caer en la ñoñería. Decirlo con determinación y valentía. Sin vergüenza ni temor. No malgastarlo. Usarlo con el poder real que han de tener las palabras.
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