El campurriano amante de la familia que surcó los siete mares

Tras casarse con Angelines, José Antonio quiso buscar un futuro mejor para los suyos y se echó a la mar. Allí forjó la que sería su profesión como mecánico soldador, navegando por todos los mares del mundo en la reparación de grandes petroleros. Llegó a ser bisabuelo con 80 años cuando ya había perdido a su querida esposa. Su familia y amigos siempre le recordarán dedicándose a su huerta de la que hizo su hobby preferido tras alcanzar la merecida jubilación.

Precisamente su familia y sus nietos eran su orgullo y de ello puedo dar fe como nieta al despedirlo con un ¡hasta mañana abuelo!, tal y como él nos despedía. No pudiste regalar el pony que habías prometido a Sara si te tocaba la lotería; ya no vas a refunfuñar haciendo los caracoles en Navidad con José y Roberto. Los jueves se nos quedan vacíos a Paulita y a mí y una mesa en el Valnera no va a escuchar nuestras conversaciones. Se va el Leo más Leo de toda la casa pero todavía somos unos cuantos para seguir con ese carácter fuerte que nos representa. Nos quedamos con tu imagen en la huerta de Miengo o en el sofá viendo películas de vaqueros.

El Real Madrid no lo sabe, pero ha perdido al mejor aficionado que podía tener; en casa se queda el cenicero que dice «aquí vive uno del Madrid».

Dile a nuestras dos chicas (la abuela y la tía Blanca) que os recordamos y queremos a los tres. Nos guardamos tus canciones, historias y frases, yo me quedo con la última que me dijiste: «Muchos amigos tendrás, yo no te digo que no, pero ninguno tendrás, que te quiera como yo».

Como siempre nos decías: «hasta mañana, hija», hasta mañana abuelo.