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Nueve meses después de morir su esposa Tiluca, falleció Roberto Mallavia Higuera, 'Tito', porque quizás no superó la tristeza de haber perdido a la mujer de su vida. Hablar de un Mallavia es hablar de Torrelavega, de La Llama y de los bolos. Precisamente en ese barrio, lugar de asiento y casi de fundación de esta familia, nació Tito que tuvo como primer sonajero el sonido de los bolos que chocaban en la bolera que fundara su abuelo, el mítico Telesforo Mallavia Ortiz.
Eran los Mallavia hosteleros, industriales y bolísticos y, sobre todo, torrelaveguenses de pura cepa, de corazón, sentimiento y hechos. Tito ya jugaba a los bolos de chaval, aunque éste no iba a ser su futuro laboral, tampoco en la fábrica de gaseosas fundada por su familia, ya que pronto entró a trabajar en Correos donde su tío político, Esparza, había llegado a la jefatura. Pero por la venas de Tito corría la sangre bolística, no en vano su padre, Ramón, ya formaba parte de la historia bolística de Torrelavega, participando en la Peña del Mozo de Campuzano y en la que después se formó en Sniace.
Se crió en La Llama junto a sus hermanos Carmen Mari, José Ramón y María Isabel -fallecidos- y Pedro Luis, María del Pilar, Marisa, Chete y Paloma. Sus visitas a los corros le llevaron al de Tanos, al del bar Lobio, donde conoció a Otilia Fernández Zubizarreta, 'Tiluca', hermana de un bolístico de pura cepa. El amor llegó, como en su nacimiento, también con el ruido del choque de los bolos y se casó con la hermana de Genaro. A esta peña, como a la de San José, perteneció Tito Mallavia.
La pareja no tuvo hijos pero siendo cómo eran buena gente, en verano recibían en su casa a dos niños procedentes de países del Este a los que cuidaban con mimo y cariño.
Un hecho nos permite conocer la personalidad de Tito. Quien la protagonizó y la relata (que pide quedar en el anonimato) es un empresario que había comprado unas propiedades a su familia y se disponía a abonárselas a él y a sus hermanos. Tito le dijo que, de su parte, hiciera dos cheques, uno para él y otro para los niños que venían a su casa en verano. Así son los seres humanos buenos. Dios se lo habrá pagado ya en el Cielo.
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Ana del Castillo
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