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Sin haber lanzado prácticamente una bola, era una más del universo bolístico. Carmen Otilia Fernández Zubizarreta fue la última de una familia que respiraba madera ... por los cuatro costados y que impulso el juego de los bolos en un pueblo tan bolístico como Tanos. Nacida en la misma localidad torrelaveguense hace 78 años, Oti, Liuca o Tiliuca, como se la conocía, creció a la vera del expansionismo de su pueblo y de una afición creciente que cristalizó en algo tangible cuando su hermano Genaro decidió montar un bar, El Lobio, tras un accidente que le impidió seguir con su profesión de albañil.
Como era costumbre en la época, Genaro colocó una bolera al lado del negocio, un corro que fue punto de reunión de toda la juventud taniega de la época, a la que le salieron los dientes, y no solo bolísticamente, en aquel recinto del que el alma mater era 'Tiliuca', que junto a su madre fue la encargada de gestionar el bar tanto desde la cocina como desde la barra. Además de ser confidente, amiga y generosa con todo el que pasaba por allí, la madera sonando era su banda sonora diaria en aquel centro neurálgico que eran los torneos y competiciones que alargaban las tardes en El Lobio. Allí no fallaba tampoco su otro hermano, José Luis, otro gran jugador que llegó a ser provincial de Tercera.
Muy querida por todo el pueblo, fue una de las principales fuentes de información para 'Vernáculo. El sonido taniego del abedul', el libro en el que Lorenzo Guerra, uno de aquellos chavales criados en la arena del Lobio, recoge la historia bolística en Tanos. Caminos de la vida, Liuca unió su senda a otro apellido bolístico, el de los Mallavia, al casarse con Tito, hijo de Ramón y nieto del gran patriarca, Telesforo. Tito fue jugador en los años 80 de peñas como la San José y El Lobio, y en muchas ocasiones allí estaba su mujer para acompañarle en las boleras. Sin hijos, el cierre de El Lobio y el derribo del edificio le alejaron de los bolos y los últimos años, ella y su marido, los pasaron más lejos de los corros, aunque de vez en cuando acudían a presenciar el que era el deporte de su vida. El de sus raíces y en el que Tiliuca se granjeó la simpatía de todo un pueblo.
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