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Isaac Rayón Echevarría. DM
El cura que ya desde niño jugaba a montar su propio altar
Obituario | Isaac Rayón Echevarría - Sacerdote

El cura que ya desde niño jugaba a montar su propio altar

Lucía Alcolea

Santander

Martes, 6 de febrero 2024, 01:00

El párroco de Anero (Ribamontán al Monte), Isaac Rayón Echevarría, nació el 21 de mayo de 1936 en Comillas y falleció el 27 de enero de 2024 tras una vida de devoción y fe. Era el tercero de cinco hermanos en una familia de panaderos. Lo relata Adela, una de sus hermanas mayores, a punto de cumplir noventa años -«yo voy a hacer noventa ¿eh?», señala presumiendo de haber llegado hasta aquí». Se criaron en una España en guerra, «pero hambre no pasamos, aunque lujos tampoco tuvimos». El tercero de los hermanos ya destacó desde niño «porque en vez de jugar con juguetes, cogía un taburete, una servilleta, un vaso pequeño y se montaba su propio altar». La fe le llamó pronto a Isaac. «A mi abuela le encantaba, sentía verdadera pasión por él». La familia era religiosa como se era en aquella época: «teníamos la obligación de ir a misa los domingos y hacíamos la comunión, lo normal en esos tiempos».

Vivían «en una casa situada justo debajo del Seminario de Comillas». Isaac lo frecuentaba. Estudió en el Seminario de Corbán y en seguida «se marchó de misionero a Colombia». Tenía veintitantos años. Poco tiempo después, «tuvo que salir huyendo del país porque los curas no estaban bien vistos». Volvió a Comillas, su pueblo natal. Trabajó como profesor en el colegio de Potes y más tarde en Lebeña, «donde le querían mucho». De hecho, «acudió mucha gente de la zona al entierro», relata Adela, que valora el cariño recibido en el funeral de su hermano.

Llegó a la localidad de Anero con cuarenta años. Los primeros, vivió en una cuadra que acondicionó él mismo. Allí daba cobijo a los muchachos malogrados por la droga. «Les construyó una biblioteca y una sala de música». Isaac predicaba con el ejemplo. «Curó a muchos». No tenía nada propio. Nada era suyo. «Tenía una pasión enorme por ayudar a los demás». Cuando supo que estaba enfermo de cáncer, no se lo dijo a nadie. «Nunca se quejó», repite Adela. El párroco de Anero vivió estoicamente hasta el final. Quién sabe si para seguir ayudando donde esté.

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