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David de Antonio Villaverde
Jueves, 2 de enero 2025, 01:00
M e enseñaste a vivir a través de Santander. Recordando una noche del 41, cenizas y pánico a la velocidad del viento sur; tan rápido como tu huída con trece años del garaje Royano en el Río de la Pila. Ya antes habías escapado, pero ... de los bombardeos. Nunca me perdoné meterte ochenta años después en el refugio de la plaza del Príncipe. Para mí, curiosidad y para ti, terrible memoria. Aun con el temblor de los bombazos me diste una lección de fuerza y entereza.
Cada año íbamos a la rifa benéfica de La Enseñanza. Me fascinaban tus cuadernos escolares por su alto nivel. Humildad y esfuerzo. Mucho más talento que oportunidades. Malos tiempos. Tu foto en un Piquío preguerra que luce igual que el actual. Aquella en el noray de PuertOchico que siempre quise repetir y nunca hicimos. O la de los Jardines de Pereda con aquel pretendiente tomada por algún fotógrafo ambulante.
Y creciste y en el año 44, hacía falta, comenzaste en la Cerería Santa Lucía. Ajuar litúrgico y el mejor vino. No te lo pusieron fácil, pero aprendiste y te impusiste. Constancia. Trabajo. Cierran y sigues por la calle San Francisco, en Radio Luz, por donde pasan viajantes que traen novedades y mundo a una ciudad que va recuperándose. Nunca olvidaste lo bien que te trataron y que décadas después te siguieran queriendo. ¿Cómo no hacerlo? Acabó esa etapa al poco de mudarte a Menéndez Pelayo, donde yo te conocí, aunque a veces lo llamabas paseo de la Concepción. Por suerte, tan merecida, ganas un premio de la Caja de Ahorros y salvas un momento que se presentaba complicado. En El Carmen, las tienducas, el kiosko, el bar donde compartimos churros al volver de los Carmelitas un 16 de julio. No queda ninguno. Los viste cerrar como viste irse a tantas amigas y familia. Qué amarga suerte una vida tan larga.
Y subíamos Canalejas hasta los Escolapios y bajábamos Tetuán, aún sin túnel. Los viernes por la tarde, un petisuí en el Paseo Pereda camino al Mercado de la Esperanza. Entrábamos en las librerías tras ojear la sección de libros de El Diario Montañés. Y los pasatiempos y 'la cartelera', como llamabas a las esquelas. El Festival de Santander en La Porticada y después, ya en el Palacio, la gala del folclore. Estuvimos en los toros en Cuatro Caminos, no lejos de la Residencia Cantabria donde siempre me hiciste sentir protegido.
El mapa de una vida discurre por calles, recuerdos y personas. Te voy a echar mucho de menos, Esther. Pero cuando vuelva a Santander la ciudad entera será un monumento en tu memoria. Gracias.
David de Antonio fue como un hijo para Esther Herrero
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