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Cándido Roldán Fernández estuvo cuarenta años detrás de la barra. Quizá por eso hablaba siempre muy alto. A Cándido todo el mundo le llamaba 'el ... Perdis'. Desde niño. «Se lo puso su padre de pequeño porque decía que era como una bala perdida, muy rápido e inquieto», relata su hija Rosana. Cándido nació en Fresneda, Cabuérniga, en una familia grande, como las de antes, «con muchos hermanos». A Cándido quieto no le gustaba estar y bien pronto montó un bar ambulante que llevaba por romerías y ferias. La estabilidad llegaría después, al casarse con Guillermina Díaz, también de Cabuérniga, aunque antes se marchó a Alemania para ganar dinero. Regresó a los dos años y abrieron el restaurante Casa Perdis, en Renedo. Un local que era más casa, con comida y trato de familia, que restaurante.
Era cuando media Cantabria subía a comer el cocido montañés los domingos a Cabuérniga. Y truchas con baicon, setas y carne de caza. De postre el brazo de gitano de Pastelería Pedro. Las truchas las pescaba él. «Decían que era el mejor pescador de Cantabria». De hecho, en su momento corrigió al Gobierno de Cantabria acerca del reglamento y la veda de los ríos en las zonas de alta montaña. Salió en los medios de comunicación. También cazaba. De las paredes del restaurante colgaban algunas cabezas de venados. «Ya sabes, esas cosas que se hacían y que ahora han cambiado», apunta Rosana.
Igual por eso el Casa Perdis «era un restaurante conocido en toda la provincia». También porque estuvieron cuarenta años cocinando y tratando al cliente con cercanía. Hicieron conocidos y amigos, por eso han sido muchos, muchos «los que han lamentado la muerte de mi padre». Rosana y su hermano Raúl han sentido el apoyo, el calor del consuelo. Se fue a los 85 años, después de vivir una vida feliz y disfrutar de la jubilación «cazando, pescando y jugando a las cartas», su pasión, dice su hija.
¿Y cómo era Cándido? «bonachón, muy querido y tan conocido que ha ido mucha gente a despedirse de él», describe Rosana. Tenía fama de hablar muy alto. Había enseñado a muchos a pescar. Era buena gente. «Conocido por el buen comer», recuerda a su vez el alcalde pedáneo de Vernejo, Óscar López. Falleció en casa de su hija, donde permaneció los últimos días de vida. Aunque vivo sigue de alguna manera.
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Ana del Castillo
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