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José Antonio Ricondo
Martes, 14 de enero 2025, 01:00
El fallecimiento de Agapito Ibáñez, quien fuera el sacerdote durante más de quince años de Liaño (Villaescusa), ha causado un hondo dolor y tristeza en nuestro pueblo ya que fue un hombre comprometido con el tiempo que le tocó vivir. Era asimismo una persona reflexiva y una figura de las más generosas y desinteresadas que he podido conocer.
En estos momentos tristes me viene a la memoria nuestro primer encuentro en 1970, en Villa Marcelina -en el Paseo Menéndez Pelayo, 61 de Santander-, en donde yo cursaba Filosofía. Agapito era entonces un joven sacerdote que fue invitado por nuestros profesores a un encuentro para ofrecernos una charla y dar a conocer su labor pastoral y sus reflexiones al frente de su parroquia en Liaño.
Tres años más tarde, este entrañable y cercano párroco ofició mi matrimonio y destacó siempre por prestar ayuda a todo el que lo solicitaba, siendo muy activo en fomentar la participación de los vecinos en actos y eventos, en especial hacia los más jóvenes, promoviendo actividades para ellos.
En esa misma década yo me había hecho maestro y ejercía en Santiurde de Reinosa. Recuerdo con especial cariño como en el curso 1978/79, cogí el tren con mis trece alumnos de Primaria y nos acercamos a Liaño a representar para él y sus parroquianos cuatro cuentos de 'El Juglarón' de León Felipe. Era mi forma de devolverle una pequeña muestra de mi reconocimiento y gratitud por su ayuda, y por la amplitud y apertura que había tenido siempre con quien se lo solicitaba.
Al año siguiente, fui yo quien le invité para que trasladase a mis vecinos de Santiurde su experiencia con los jóvenes y su empeño en ofrecerles actividades alternativas de ocio.
Toda esta retahíla expuesta viene a cuento para determinar el viso que tenía Agapito de las cosas y de las necesidades. Siempre estaba a la escucha y presto para echar una mano a quienes se lo solicitasen. Porque con este escrito he tratado de trazar en este pequeño espacio un retrato de este párroco, tal y como yo lo conocí y lo recordaré siempre.
En cuanto a su labor pastoral en el pueblo de Liaño, con sus feligreses, jóvenes y niños, nunca faltaron los campamentos veraniegos, sus excursiones y reuniones grupales, que siempre dieron otra visión del mundo y un adelanto a otras perspectivas, con humor y también seriedad y rigor.
Su cálida humanidad y su condición espiritual no dejan de ser raras y únicas en este mundo que se jacta de lo contrario. Estamos ante un cristiano sabio, deslumbrante y en peregrinaje; una persona que supo testimoniar con la fidelidad a sí mismo y con su fe por encima de todo, y sin medida. Hasta siempre, Agapito.
Nuestro cariño y afecto a su numerosa y entrañable familia.
era amigo de Agapito Ibañez
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