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La luz se le apagó hace una semana y en Liérganes ya echan de menos sus cánticos, mientras zurcía calzado sentado en un viejo banco de su pequeño despacho de artesano en la antigua calle Camilo Alonso Vega.
Álvaro Rico Zorrilla (Gijón, 1934) se ... crió en La Cavada, donde vivió y se casó con Eloisa Barrero Martínez. A ella la conquistó cantándole desde el ventanuco de su pobre cuarto de zapatero remendón. Tras el cortejo, Eloisa y Álvaro formaron una familia de cuatro hijos, seis nietos y cinco bisnietos. Una de sus hijas, Eloisa Rico 'Sina' lo recuerda ahora como «un padre de diez, muy humano». Un hombre «que nunca se metía en follones» y una persona «muy querida» en Liérganes y La Cavada por su carácter «alegre y conversador», explicaba.
En la villa del Hombre Pez estuvo 63 años ejerciendo su oficio. Él formaba parte ya de la identidad de esa histórica calle a la que daba nombre ese general (Camilo Alonso Vega) al que él tanto le debía. Y es que Álvaro tenía problemas en sus piernas desde pequeño y cojeaba mucho. De ahí que su amistad con el militar -que pasaba temporadas en Liérganes y fue ministro de la Gobernación con Franco- le facilitase su traslado a Madrid para ser operado y mejorar su movilidad, ya por aquellos años muy resentida.
En ese cuarto de apenas tres metros por uno y medio de ancho, Álvaro vivió su vida con alegría y la transmitió a sus vecinos. Era frecuente oírle cantar y formaba parte del paisaje de esa arteria principal del casco histórico. Allí también conoció al expresidente Adolfo Suárez, por mediación de Alonso Vega e, incluso, se carteaba con su Majestad el Rey emérito al que felicitaba las fiestas.
Un cuarto de remendón en el que, dentro de una caja, guardaba esos recuerdos en papel que para él eran todo un tesoro y que enseñaba a todo aquel que quería ver aquellas cartas.
Con 83 años -hace solo cinco de eso- Álvaro se vio obligado a dejar el oficio porque la vida tiene sus tiempos. Los hijos ya le insistían en que tenía que descansar, pero él se resistía. Cuando se fue de allí su lugar lo ocupó un pequeño local hostelero, pero ese rincón de la villa siempre será el cuarto de Álvaro el zapatero para los vecinos.
Muchos de ellos lamentaron ya su marcha cuando la edad le impidió seguir remendando zapatos. Echaban ya de menos su conversación, sus canciones, su humanidad y su alegría.
DEP Álvaro, tus cuatro hijos y tu mujer nunca te olvidarán.
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