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A Francisco Anievas, Paco, no le gustaba dejar las cosas a medias. «Si me tomo un vino, me tengo que acabar la botella», solía decir ... entre amigos. Y la vida tampoco. Lo de vivir a medias no iba con él, como dejó claro en una esquela conmovedora que ha dado para mucho estos días. Paco era de los que llegan a lo grande al final del camino. El de Santiago lo hizo dos veces y no se privó de recorrer la Ruta 66. Un sueño. También el camino diario de sus largos paseos, con principio y fin en un hogar de Cueto que era la casa de mucha gente. Porque allí a muchos nos hizo sentir siempre en casa.
Paco nació en el barrio de San Román en julio del 55. Estudió Físicas, hizo la mili, practicó el taekwondo y trabajó durante muchos años en esa Caja Cantabria diluida después en otros nombres. Pudo jubilarse joven y no lo dudó. «Hay que pasar por el aro y luego disfrutar». Pura filosofía. De la buena, de la humana. Y se lo tomó en serio, siempre junto a su inseparable María Eugenia y la hija de ambos, Eugenia (empapada de lleno por las conversaciones y las travesías junto a su padre).
Paco esculpió un homenaje al verbo disfrutar, empeñado en hacer suyas dos de las acepciones de la palabra vividor. La primera y la quinta. 'Que vive' y 'Que vive la vida disfrutando de ella al máximo'. Y, a la vez, en dar de lado la que, por desgracia, los humanos usamos más a menudo. La cuarta. 'Que vive a expensas de los demás, buscando por malos medios lo que necesita o le conviene'. Para nada. Egoísta, si acaso, porque acaparaba el micrófono cuando en las fiestas que organizaba su hija con sus amigos ponían karaoke. Con ese vozarrón santanderino. Con esa estampa de tipo grande, barbudo y socarrón. Disfrutón en la mesa y en los mapas. Melenudo, motero y tatuado cuando otros piensan más en la retirada que en hacer la maleta.
En el camino se le cruzó una neumonía derivada de un cáncer. Uno de los duros. Los que no creemos en los tópicos de ganar o perder batallas contra las enfermedades nos quedamos con el adiós de Paco. Las guerras, para otros. «Aquí nos despedimos. Os deseo a todos una bonita historia feliz, como la que yo he tenido», ponía en su esquela para llegar bien al final del camino. «Pasamos de tener una vida peor de la que hemos tenido».
Y recibir -hoy lo hará- a todos sus amigos en casa, en Cueto, para celebrar que así termina la vida de un vividor. De un gran tipo.
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