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Marisa Ruiz y su hija Lucía.
Se ha ido la paciente y cariñosa maestra de muchas generaciones
María Isabel Ruiz Ceballos | Fundadora de la Academia Marisa

Se ha ido la paciente y cariñosa maestra de muchas generaciones

Nacho Cavia

Los Corrales de Buelna

Domingo, 9 de marzo 2025, 01:00

El triste y pronto fallecimiento de María Isabel Ruiz Ceballos ha removido la memoria de cientos de vecinos de Los Corrales de Buelna, estudiantes que pasaron por sus pacientes manos para mejorar sus resultados académicos a lo largo de décadas de dedicación apasionada a su gran devoción, la enseñanza. La Academia Marisa ha sido toda una institución, un lugar en el que muchas familias encontraron la tranquilidad que da el comprobar que sus hijos estaban en buenas manos.

Nació en su pueblo, en Los Corrales, en 1954, y fue una de las primeras mujeres que salió fuera a estudiar una carrera universitaria, Químicas, en Valladolid. En cuanto regresó de la capital castellana tuvo claro cuál quería que fuera su futuro profesional, dar clases, volcarse con las personas que necesitaban un pequeño empujón, un poco más de dedicación, de paciencia, de cariño, porque siempre, a todos sus alumnos, los trató como si fueran de la familia.

Tan claro lo tenía que hasta que comprobó que la idea prosperaba y encontró un lugar donde establecerse, las clases las daba en el desván de la casa familiar, con una abuela escandalizada (entre risas) por la cantidad de gente que entraba en aquel hogar.

Cada vez que su familia o amigos hablaban de alguien del pueblo, su contestación siempre giraba en el mismo sentido: «sí, yo le di clase particular», o bien «he dado clase a sus hijos», o, y muy común, había dado clase a unos y otros.

Su hija, Lucía, hablaba del amor y la admiración que la profesaba, «por muchas razones, pero si tuviera que destacar una de ellas, indudablemente sería la fortaleza con la que afrontó la vida y sus dificultades». «Gracias por todo lo que me has enseñado en estos años», decía.

Se fue como hizo todo en su vida, calladamente. «Nos ha dejado deprisa, sin apenas hacer ruido, después de haber dedicado toda tu vida a la actividad docente en su pueblo», escribía entre lágrimas su hermano, José María. «Es muy fácil escribir lo que dicta el corazón, sin embargo, la palabra se quiebra por la emoción».

Él también recordaba aquellas primeras clases de Marisa en el domicilio familiar y el «intenso bullicio de todos los alumnos subiendo y bajando escaleras, camino del desván, donde inició su andadura».

«Dedicaste todo tu esfuerzo, con gran vocación, a impartir docencia a varias generaciones, todo el mundo te conocía, y todo el que te conocía te apreciaba. Viviste por y para esa actividad, trabajando de forma permanente con la misma ilusión que el primer día. Tu academia no fue parte, fue toda entera tu vida».

José María reconocía que «es muy reconfortante el poder constatar todo el cariño que la gente le tenía y que ha demostrado tras el fatal desenlace. Todos, de forma egoísta, queremos ser recordados al final del periplo por la vida, y ella realmente lo ha conseguido. La recordaremos siempre, la vamos a echar mucho en falta».

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