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Jorge Mena falleció recientemente a los 43 años a consecuencia de una enfermedad a la que se enfrentó «con entereza» y será recordado como «un ... luchador que quiso disfrutar la vida hasta el último momento». Jorge nació el 11 de agosto de 1979 en casa de la hermana del poeta José Hierro, que su familia alquilaba en la calle Vargas de Santander. Posteriormente, la familia se trasladó a Cazoña y él inició sus ciclo escolar en el CP Sagardía. Continuó su formación con estudios de energía renovable pero centró su trayectoria profesional en el sector del comercio, lo que le llevó a trabajar en distintos establecimientos de Santander. Mantuvo esta profesión hasta el final, en la que destacó por ser «un joven trabajador, inquieto, cariñoso, una persona que vivió su corta vida con intensidad y esperanza».
«Una sensación de injusticia nos recorre cuando alguien se nos va demasiado pronto», afirman sus amigos más íntimos. «Una desolación nos desborda cuando se trata de una persona tan especial como lo era Jorge, porque era, esencialmente, buena gente».
Jorge era feliz de la mano de su marido, Gonzalo, compañero de tantos años de trabajo y vivencias. «Desde que se conocieron, supieron que estaban destinados a estar juntos, y se hicieron inseparables», destacan quienes más les conocían. «Transmitían esa complicidad que enhebra y construye una relación inquebrantable, única, con capacidad de contagiar su cariño y alegría a todos los que tuvimos la fortuna de conocerlos».
«Tuvimos la suerte de disfrutar de la generosidad, el sentido del humor y amistad de la pareja, y fuimos muchas y muchos los que nos sentimos cautivados por el amor y las buenas vibraciones que desprendían Jorge y Gonzalo», aseguran sus amigos. Sentimientos que se dibujaron en una inolvidable velada, ahora hace seis años, en la playa de El Puntal, donde ante familiares y amigos, se casaron en una ceremonia hermosa, cercana y alegre, como eran ellos.
Jorge, Gonzalo y Nico, su perro, eran un núcleo familiar, siempre rodeado y protegido por sus padres, hermanos, sobrinos y tíos, que formaron para ellos una potente red de apoyo y cariño que se vio fortalecida en los tiempos más duros. «Una vida normal de una persona excepcional que nos regaló a todas y todos su brillante sonrisa», resumen sus seres más queridos.
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