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A Dolça Vilallonga
Con la muerte de Eduardo Rincón desaparece el último superviviente del grupo Proel y también uno de los compositores cántabros más destacados de las últimas décadas del siglo XX.
Al trato con Eduardo me llevó un libro, concretamente sus impresionantes memorias ... tituladas 'Cuando los pasos se alejan', editadas en 2011, con clarividente intuición y oportunidad histórica, por José María Lafuente en Ediciones La Bahía. Me encargué entonces de realizar la edición literaria del texto original. Fueron horas de trabajo y decenas de consultas telefónicas con el autor que, siempre paciente y locuaz, aclaraba las dudas y discutía las sugerencias. Al resultado final le puse un prólogo que no he vuelto a leer, pero del que guardo buen recuerdo.
'Cuando los pasos se alejan' es un libro emocionante por terrible. Eduardo recoge en él los recuerdos de un hombre que pasó media vida en las cárceles franquistas por trabajar y defender con honestidad, convencimiento y entrega (muchas veces ciega, desesperada), la ideología que pensaba más justa para el país con el que soñaba. Eduardo entregó su juventud a un ideal al que sacrificó todo: amor, salud, felicidad, familia, obra artística. Lo recordaré siempre como el ejemplo perfecto de un hombre posible solo en otro tiempo. Un tiempo en el que la fe, la honestidad, el sacrificio, la honradez, la responsabilidad..., se medían por las acciones y los hechos y en ellos se ponía en juego lo más valioso que uno tenía: la propia vida. Eduardo fue un hombre profundamente equivocado. Entregó lo mejor de su vida al comunismo, una mentira que siempre ha fagocitado vidas, esperanzas, ilusiones y sueños, y el cien por cien de las veces solo ha devuelto miseria, fanatismo, muerte y falta de libertad.
Sin embargo, el resentimiento no anidó en él, al menos en la época en que lo traté. Era un hombre que seguía pensando que hizo lo que tenía que hacer y que, de alguna forma, su sacrificio contribuyó a construir una España mejor. Siempre lo admiraré.
Sus recuerdos me han ayudado a entender que aquel lejanísimo tiempo de la posguerra no fue de negros y blancos, sino de matices casi infinitos. Jamás olvidaré las conversaciones en las que hablaba con un afecto sincero y palpitante de Pedro Gómez Cantolla, el director de Proel y subjefe provincial de Movimiento, un personaje al que siempre quiso y le estuvo agradecido, al igual que Maruri o José Hierro, quien en la dedicatoria impresa de «Cuanto sé de mí» dejó escrito: «A Pedro Gómez Cantolla, patrón de Proel, porque no me preguntó de dónde venía». La historia siempre es más compleja de lo que nos quieren hacer creer.
UIMP, agosto de 2010. Curso dedicado a José Hierro. Maruri y Rincón hablan del poeta. Eduardo, con gran emoción, repasa el momento de su detención siendo apenas un niño. Lo llevan a la prisión provincial de la calle Alta. Allí ve sobrecogido cómo José Hierro golpea su frente contra la pared hasta sangrar. Desea parecer un loco. Hierro y Eduardo se reconocen y se miran desamparados. El silencio en el aula abarrotada pesa. Caen algunas lágrimas.
Junio de 2018. Diluvia. Luis Alberto Salcines y yo acompañamos a Eduardo y a su mujer Dolça a la residencia en la que vive Julio Maruri. Se reencuentran. Alrededor de una mesa conversamos y tomamos café. Llega la hora de irse. Se abrazan, se miran y se dicen adiós para siempre. Estamos conmovidos, es un final.
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