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ANA COBO
Miércoles, 22 de mayo 2024, 02:00
La docencia y la familia fueron los pilares de la vida de Germán Solana Monasterio. Un maestro y padre ejemplar cuya repentina pérdida ha dejado un profundo pesar en su familia, amigos y en el pueblo de Isla (Arnuero), donde deja un rico legado en ... valores, que transmitió a todos sus conocidos y, en especial, a sus cientos de alumnos, a los que siempre ofreció su mano y sus sabios consejos para ayudarles a alcanzar sus sueños.
En su juventud, Germán (La Concha de Villaescusa, 1941) sintió la llamada del sacerdocio y acudió a estudiar al Seminario de Monte Corbán. Allí, descubrió que su verdadera vocación era ser maestro y reorientó su camino al mundo de la enseñanza, conservando, eso sí, amistades de aquella etapa con las que anualmente se reunía.
Su mujer, Sarito, y sus tres hijos, Eva, Marta y Gustavo, rescatan de la memoria la trayectoria de este docente que se estrenó en la escuela de Corvera de Toranzo para al año siguiente, formar a los alumnos de San Pedro del Romeral. Fue en el curso 1970/71 cuando participó en el concurso de traslados escogiendo el que acabaría convirtiéndose en su pueblo de adopción: Isla. «Eligió ese destino porque su abuelo había vivido allí y era donde se había criado su madre». Fue a ella a la que más ilusión le hizo aquella decisión.
En este rincón de Trasmiera no solo transmitió su sapiencia, sino que creó una gran familia en la que sus cuatro nietos eran su más preciado tesoro. Especialmente feliz, acudió recientemente a la boda del mayor. Elegante, con su traje y corbata, y una sonrisa dibujada en el rostro.
En Isla, había dos colegios: el de las monjas, solo para niñas, y la escuela unitaria para niños. Él fue destinado a esta segunda. Un par de años después, el colegio de las monjas abrió la matricula a los alumnos y la escuela en la que impartía clases don Germán, corría el riesgo de desaparecer al quedarse sin estudiantes. Los padres, preocupados porque sus hijos se quedasen sin aquel maestro modélico, recogieron firmas por el pueblo para que la escuela siguiera abierta. Y fue así como también pasó a ser mixta y ambos centros convivieron en armonía durante varios años.
Después llegaron las concentraciones escolares y don Germán fue destinado al colegio público de Castillo-Siete Villas, en el que pasó un largo tiempo, culminando su carrera profesional en el Instituto de Meruelo, donde permaneció cuatro años, hasta su jubilación. A lo largo de su trayectoria docente «nunca dejó de actualizarse y de querer aprender hasta sus últimos días».
Aunque sí hubo algo que le hizo especial a Germán Solana, era su tesón para que sus alumnos fueran felices. Fue su principal misión. «Para nuestro padre era importante saber transmitir sus conocimientos, pero mucho más importante era saber llegar a sus corazones, consiguiendo sacar lo mejor de cada uno de ellos, sin importar sus raíces». Para él no había niñas ni niños malos, ni nada imposible de lograr. Sus hijas, que también fueron sus alumnas, rememoran que le gustaba escribir refranes en la pizarra para hacer reflexionar a sus pupilos. Todos estaban dirigidos para hacer el bien. A formar a grandes y buenas personas como lo fue siempre él.
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