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Quienes como periodistas vivimos de cerca de la política municipal de Torrelavega con las visitas diarias a la Casona nos mimetizábamos con el paisaje que ... formaban estancias y personas, políticos y funcionarios que desfilaban a diario, saludándonos con distante cortesía pero también con algo de tácita complicidad. En aquel escenario municipal de los años ochenta y noventa, aquella pléyade formábamos parte del paisaje municipal, una especie de tribu amasada por el pacto del respeto. Entre aquellos trabajadores municipales estaba Mari Carmen Meruelo, que supo de los aciertos y errores de los 'alcaldones' de la ciudad.
Era una mujer muy guapa, que gustaba de vestir colores alegres, quizás para mostrar su carácter extrovertido y sonriente. Pertenecía al grupo de los funcionarios de 'toda la vida', aquellos a los que los alcaldes tributaban respeto porque eran casi una institución. Estuvo en varios departamentos atendiendo al público, mezclando las gestiones con la cháchara de quien conoce al vecino, quizás no con la hiperespecialización actual pero portando una carrera hecha con cincel, una de la que son poseedoras las personas que forjan su propio futuro.
Se casó con el torrelaveguense Leopoldo Gutiérrez Saint-Palais y juntos formaron una bonita familia con sus dos hijas, Olga y Marta. Si es cierto que la suerte y la vida ponen a prueba el material del que estamos hechos, Mari Carmen Meruelo comenzó a ser ensayada con la dureza de ver cómo, uno a uno iban cayendo las piezas del mundo que había convertido en su reino. Primero, perdió a su esposo, pero para esa mujer fuerte aún no había llegado lo peor. Dicen que cuando muere un hijo, la madre se convierte en una sombra y Mari Carmen transitó por una durísima vía al perder a sus dos hijas, primero a Olga, y después a Marta, cuando ambas aleteaban juventud. La familia que quedó fue ella misma y el recuerdo de los suyos. Su único nieto, Álvaro, quedó como eslabón.
Ahora, en el cielo, se ha producido la reunificación de una familia que queda en el recuerdo de muchos torrelaveguenses. Descanse en paz.
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Ana del Castillo
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