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La sonrisa de Rosa María Alonso Gutiérrez (Rosi) era la luz del emblemático hotel Arillo de Noja. La hostelería de Cantabria ha perdido a una mujer pionera en el sector, una luchadora incansable, que fue «inmensamente feliz» atendiendo a los clientes. El oficio corría por ... sus venas. Solo así se entiende que estuviera 70 años al pie del cañón. Aunque ya se había jubilado, a sus 82 años seguía acudiendo cada día al hotel a supervisar que todo marchaba correctamente. El Arillo era su vida y no quiso desligarse nunca de lo que más quería, aunque sean su hija, Estíbaliz, y su yerno, Ernesto, los que siguen desde hace años su estela y velan por su legado personal y profesional.
Rosi fue una mujer trabajadora que empezó de cero y, con esfuerzo y mucho sacrificio, levantó un gran proyecto. Su hija recuerda sus humildes orígenes. Su padre, Pedro, era pescador y su madre, de la que tomó el nombre, era ama de casa y sirvió a familias adineradas que tenían casonas en Noja. Era otra época. La villa vivía entonces de la agricultura y ganadería y no había ni rastro del boom urbanístico y turístico actual. «Mi abuelo fue un visionario y compró un terreno en la playa de Trengandín. Entonces aquello era un arenal y nadie compraba cerca de la costa porque no servía para plantar». Junto a su mujer abrió un pequeño bar llamado Las Olas.
Rosi, a los doce años, dejó los estudios y se puso a trabajar con sus padres que, poco a poco, fueron afianzando clientela, prosperando y abrieron unas habitaciones justo encima. Rosi se enamoró y se casó con un veraneante, Nicolás, que dejó Bilbao para establecerse en Noja. Juntos, con la parte de la herencia de Las Olas que le correspondía a ella y otro dinero que aportó él, abrieron, en los 80, las puertas del hotel Arillo, a la vera de la playa Trengandín. Tuvieron tres hijos, Unai, Estibaliz y Aitor. Los dos chicos murieron muy jóvenes lo que la llevó a volcarse aún más en su trabajo para sobrellevar tan duras pérdidas. «La hostelería le curó las heridas del alma», sostiene su hija aún asimilando su inesperado fallecimiento. Y es que era una mujer independiente, que aún conducía y se entregaba a su afición por la jardinería. Nació con un don para estar de cara al público. «Trabajando tenía carácter para sacar todo adelante, pero con los clientes era siempre alegre, y muy positiva». Junto a su marido, y con mucho tesón, hizo que el hotel Arillo creciera hasta lo que es hoy en día. «Ella hereda solo doce habitaciones y ahora contamos con 62 más la cafetería y el restaurante». Fue de las pioneras en traer a la villa autobuses del Imserso. Por su trayectoria como empresaria dentro del sector, la Asociación de Hostelería de Cantabria le rindió un homenaje en el 2017 y fue una de las fundadoras de la Cofradía de la Nécora de Noja.
Era una enamorada de los paisajes y el verde de Cantabria. «Le encantaba conocer todos los pueblos y rincones de la región con su marido». Solo una cosa le preocupaba más que su trabajo: la unión familiar. Se desvivía por sus dos nietos y siempre les animó a formarse para que, en un futuro, sigan con las riendas del negocio. Serían la cuarta generación.
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