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«Una mujer fuerte ¿quién la encontrara? Vale mucho más que las perlas. Abre su palma al indigente y extiende su mano al pobre». 'El ... libro de los Proverbios' se cierra con este hermoso poema que bien retrata a Marisa Berrazueta, torrelaveguense, madre, esposa, firme creyente, discreta, trabajadora... y galerista. Una mujer que dignificó la cultura en esta ciudad en el siglo pasado.
Nació en una de esas familias que le hicieron crecer. Su padre, Restituto, 'Tuto', entró hace tiempo en los anales de la historia cotidiana de Torrelavega, donde fue industrial, empresario cinematográfico y el único aficionado taurino al que en la barrera del 1 de Las Ventas, toreros se prosapia le dedicaban sus toros. Su madre, Severiana, 'Seve', había nacido en Casamaría (Herrerías), trayendo al mundo a sus hijos en la casa de los Berrazueta, en la calle Ancha, donde Marisa vio la primera luz y donde cerró sus ojos para encontrarse con el Padre Eterno.
Las loas que ha recibido en su despedida, encerradas en su papel en el arte y la cultura, obviaron que fue una mujer extremadamente bella, con unos intensos ojos azules que captaban la atención de sus interlocutores, de presencia imponente, coqueta, elegante en su vida y en la forma de vivirla, sonriente, omitiendo los defectos de quienes pudo encontrar en su camino, de palabra siempre veraz y nunca utilizada para zaherir al prójimo. Una señora en el amplio y difícil sentido de esta palabra. Se casó con Atanasio Díaz-Terán, de familia jándala, que abrió en la ciudad un almacén de coloniales y en cuyo establecimiento, se elaboraba la famosa gaseosa 'Dobra'. Su prematuro fallecimiento dejó a Marisa con 57 años con cuatro hijos, una empresa y una galería de arte, Espi, que el matrimonio había fundado.
Hasta los últimos años de los 96 que estuvo entre nosotros, 'bajaba' cada tarde a su comercio de enmarcación junto a su hija Marisa, ángel guardián de su madre a quien cuidó y mimó hasta el último momento, en nombre de sus hermanos Antonio, Pedro y Javier. Sensible, bondadosa y positiva, tuve la suerte de ser su amiga. Ahora, en el cielo, seguramente estará gozando de la belleza eterna que tanto amó.
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Ana del Castillo
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