El mundo de los toros despide a uno de sus incondicionales

Trabajando para la Compañía Telefónica recorrió diversas tierras de España hasta llegar a Torrelavega, junto a su esposa Belén Ortega, una vallisoletana que le había raptado el corazón. Aquí nació su hijo Miguel y aquí tejió una larga red de amigos, unidos todos por el mundo taurino, su gran pasión. Zarza formaba parte de nuestro paisaje urbano. Su trabajo y su simpatía le permitieron conocer a muchas personas, entrar en sus casas arreglando los teléfonos, en otras palabras, ayudándonos a comunicarnos mejor.

Fue un hombre inteligente, con una mente privilegiada y una memoria envidiable -una enciclopedia humana-, recitador de poemas de carrerilla, argumentos de zarzuela, nudos y desenlaces de una novela pero... sobre todo, de toros. Los aficionados siempre decíamos de él que era un 'Cossio' bajo su inseparable visera con aires de maletilla en el arte de Cúchares, lleno de referencias taurinas, con innumerables insignias de ganaderías y, asomando por algún rincón, un capote convertido en llavero.

Fue un hombre afable, bromista, inagotable tertuliano, apabullante discutidor de lances en la plaza y amante de su familia, de su esposa Belén, profesora del Colegio José Luis Hidalgo, con la que siempre paseaba cogida de la mano. Orgulloso de su hijo Miguel, consentidor de su nieta Livia, y respetuoso hijo de una madre casi centenaria, que ha tenido que llorar la muerte del segundo de sus vástagos.

Zarza ya tiene vida eterna, donde habrá sido bien recomendado por San Pedro Regalado, protector de toreros, y el Padre, a quien tanto rezó, le habrá sentado en la barrera del tendido uno del Cielo.