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Hay muchos números significativos a lo largo de la historia. Los doce discípulos, los siete magníficos, los cuatro jinetes del apocalipsis (que en Cantabria serían La Partidona del apocalipsis) o, en el caso de los bolos en La Cavada, los ocho padres constituyentes. Fue allá ... por el mes de febrero de 1966 cuando una peña histórica, que se mantiene hoy en día muy viva, dio sus primeros pasos gracias a ocho entusiastas que dieron el paso adelante. Uno de ellos fue Vicente Bedia Santos, que falleció el pasado 18 de julio a los 93 años dejando huérfana de fundadores a la hoy entidad de Riotuerto.
Bedia consta en el acta original como presidente, aunque desde los primeros compases ejerció labores de presidente. Junto a él unieron fuerzas Enrique Carrillo, Luis Bolado, Manuel García, Mateo Fuertes, Ángel Gómez, Pedro Castañeda y Ricardo Solano, que sentaron las bases de una peña que en su primer año de vida ya jugó la promoción de ascenso y que poco a poco creció hasta convertirse en lo que es en 2024. Casado con Eloísa Vega, padre de tres hijos y abuelo político del jugador de Los Remedios Federico Díaz, Vicente fue un hombre prolífico, inquieto, siempre dispuesto a colaborar y que, a nivel profesional, manejó un camión de la empresa Canteras Lloreda durante varios años.
Presidente durante 17 años, recibió la insignia de oro de la entidad en 1981, junto a Manuel García, y siempre estuvo al pie del cañón. Trabajador, implicado, mandatario a la antigua usanza, el actual dirigente de la peña Riotuerto recuerda que «era de los de antes, de los que aglutinaba la junta directiva para ir a trabajar». Sirva como ejemplo la construcción, por parte de esa misma junta directiva, de la grada de la antigua bolera de La Cavada. «Uno traía hormigón, otro traía otra cosa y entre todos hicimos el trabajo. Allí todo lo hacía la directiva», apunta José Antonio Abascal.
A nivel deportivo, el mayor éxito de Bedia llegó con la Copa Cantabria de 1982, primer título de la entidad y un éxito sin precedentes a orillas del Miera. Su marcha deja sin fundadores vivos a una familia que aprendió de ellos, de sus enseñanzas, de su dureza, que también la había y, sobre todo, de su pasión por los bolos.
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