![Con la palabra y el cariño](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2025/02/13/angel%20sopena--kuKG-U230854084748pdD-1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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Viernes, 14 de febrero 2025, 07:16
«Cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte / tan callando…». Jorge Manrique nos dejó en el siglo XV muchos elementos para la ... reflexión y –en esta hora triste– para la evocación y para la consolación en la muerte del ser querido. Todos esos territorios se nos juntan ahora en la memoria de la figura de Ángel Sopeña, nuestro profesor de Literatura.
Y evocamos al profesor, porque muchos en estas páginas han glosado ya la dimensión lírica, la poética del agua (gracias, Ana Belén por tu hermoso ensayo), de Ángel. Pero para nosotros, Ángel Sopeña fue, en primer lugar, aquel profesor con el que nos topamos (¡qué suerte tuvimos!) en el lejano curso 1976-1977, en el instituto José M.ª de Pereda, en aquel nuestro primer curso de bachillerato, que entonces empezó a llamarse Bachillerato Unificado Polivalente. Y luego en 2.º y finalmente en aquel pionero COU (Curso de Orientación Universitaria), el primero mixto del Instituto, que se vio obligado a abandonar entonces ya por su salud. Nosotros éramos los chicos y las chicas del BUP y del COU. Veníamos de lugares distintos, con distintas formaciones, pero con una cosa casi común: éramos –reconozcámoslo hoy Alfonso, Begoña, Fernando, Javier, Manolo, Rafa…– ingobernables, como adolescentes, tratando de disfrutar su recién estrenada libertad (¡qué jóvenes éramos nosotros y la democracia!) y descubrir sus caminos.
A Ángel Sopeña le cayó en suerte la terrible labor de ser tutor de aquel grupo nuestro de 1.º de BUP. Y el contacto con aquel profesor tan joven (apenas diez años mayor que nosotros) fue mágico y transformador. En él se cumplió con nosotros aquel carácter demiúrgico de los verdaderos maestros. No es que nos gobernara del todo con mano dura; aunque cuando nos miraba con los ojos intensos y atusándose el espeso bigote, hemos de decirlo, nos imponía respeto; y cuando entraba con su gabardina a lo Bogart o Colombo, atraía nuestras miradas. Nos sedujo con la palabra, con el cariño, con la empatía y con el entusiasmo por aquello que nos enseñaba: Lengua y Literatura españolas. Se le notaba que le gustaba más la literatura que la lengua y por ahí nos ganó para la causa.
Si nos aburríamos de la fonología o la sintaxis, aparecía con un poema de su amado Pedro Gimferrer («Como Shane, el de las pistolas nacaradas…», «En el bosque dan caza a Jesús y a los alces…») y nos enamoraban sus bellezas, amorosamente explicadas. O nos daba a conocer a Ernesto Cardenal («Como latas de cerveza vacías…») y queríamos ser poetas de la revolución nicaragüense. O venía con cintas de casete y canciones de Paco Ibáñez cantando a Góngora o a Celaya o a Blas de Otero; con él conocimos la maravillosa revista Peña Labra (donde aprendimos lo que era un facsímil con el del poema 'Espacio' de Juan Ramón) y buscamos los pliegos torrelaveguenses de Puntal 2 (donde habían salido sus primeros poemas –«soy el mejor poeta de mi barrio», nos decía–). ¿Y qué decir de sus recomendaciones de lectura?: Dashiell Hammet, Ignacio Aldecoa, Poe (inolvidable la lectura de 'El gato negro'), Lovecraft, Madame Bovary, 'El misterio de la cripta embrujada'… todo fuera del canon académico y formal, pero todo seductor para aquellos jóvenes por formar, con los ojos abiertos de repente a otras lecturas. Ángel Sopeña fue para nosotros un maestro inspirador de lecturas y de entusiasmo.
Todos salimos de su magisterio transformados. Y algunos, directamente, heridos para siempre por la Filología. Por eso cuando hoy nos hemos seguido juntando, –Alfonso, Begoña, Fernando, Javier, Manolo, Rafa…–nunca han faltado en nuestras conversaciones las preguntas, ¿qué sabéis de Sopeña? ¿Le habéis visto últimamente? ¿Habéis leído ya su nuevo poemario? Esas preguntas se quedarán ahora con sus armónicos del pasado vibrando en el aire. Pero el recuerdo de Ángel, de aquel joven profesor que nos marcó para siempre, seguirá vivo en nuestras conversaciones. Y, como nos enseñó Manrique, aunque la vida murió, dejonos harto consuelo su memoria. O por parafrasear otra de las grandes elegías de nuestras letras, al evocar al joven Ángel Sopeña, nuestro profesor, en las conversaciones vendrá el recuerdo de su magisterio con palabras que lloran; pero vendrá con ellas, desde su bahía, el recuerdo de una brisa triste entre las velas.
Alfonso Gómez Barros, Begoña Alonso Monedero, Fernando Gañán Oraá, Javier San José Lera,Manuel Sánchez Estébanez, Rafael Domínguez Martín.
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Ana del Castillo
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