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DIEGO RUIZ
Viernes, 28 de octubre 2022, 02:00
Carmen Casal Ortega, fallecida recientemente, siempre tuvo una gran afición por la fotografía, algo que en los últimos años se había convertido en auténtica pasión. Mujer muy activa, fue formándose en este campo, llegando a editar sus propias instantáneas. Su carácter especialmente sociable la llevó ... a formar parte de diversos grupos de la región, como Estela Fotográfica o Rincones de Cantabria. En este mundillo hizo muchas amigas, con las que le gustaba realizar rutas para plasmar en su cámara. Se especializó en paisajes, como los campos de lavanda en Brihuega; en la fauna, fotografiando mariposas y otros animales, y en los faros, «los vigilantes del mar como ella los llamaba», dice uno de sus hijos.
Carmen nació en 1951 en Santander, fruto del matrimonio de Carmen y Alfredo. Era la mayor de cuatro hermanos. Siendo una niña sus padres emigraron a Venezuela y la enviaron a Segovia, a la casa de unos parientes. Allí en los fríos inviernos castellanos, junto a una familia numerosa, creció, hasta su regreso a la capital cántabra, de nuevo al hogar de sus progenitores.
Estudió y comenzó a trabajar como secretaria en Torrelavega, en una oficina que Juan Hormaechea tenía en el barrio de La Inmobiliaria. Conoció a José Luis, un joven torrelaveguense, con el que tuvo dos hijos, José Luis y Óscar Urraca Casal. La maternidad la llevó a dejar de trabajar, como muchas madres hacían entonces, para hacerse cargo de ellos. Años más tarde, volvería a emplearse, esta vez como trabajadora del sector de la limpieza.
Sus hijos recuerdan los sábados por la mañana en que viajaban en tren desde Torrelavega a Santander, para ver a los abuelos maternos. Esos días compraban tebeos en los kioscos de la calle Nicolás Salmerón. Añoran los veranos en los que no salían de la playa de Liencres y los viajes de septiembre al Mediterráneo o los Pirineos.
Mujer viajera, conocía muchos rincones de España y visitó prácticamente toda Europa.
Los últimos años los vivió al lado del mar, hasta que el pasado mes de diciembre, a esta mujer vital, alegre y valiente, le detectaron un tumor cerebral, pasando a vivir con su hijo mayor. El cáncer no era operable y sus dos hijos se esmeraron en que disfrutase de las Navidades, y de las semanas que restaron hasta que, interrumpida la radioterapia por la extensión del tumor, quedó ingresada, a finales de enero, primero en el Hospital Santa Clotilde y después en la residencia Asilo San José de Torrelavega. Lo que parecía inminente se prolongó durante nueve meses.
Tenía 71 años cumplidos en mayo y todo el mundo coincide en que no los aparentaba, que aún le aguardaban muchos y buenos años de vida por delante, y que siempre vestía de forma sencilla pero muy elegante. Recuerdan que recogió en Cádiz un gato recién nacido abandonado, al que llamó Albi y que quiso siempre con locura. Ahora está al cuidado de sus hijos.
Ana, a quien conoció a través de la fotografía, recuerda que era una persona especial, respetuosa, amable, buena amiga y buena persona. «Cuando tenía alguna pequeña exposición o algún premio, siempre estaba allí acompañándome y lo mismo con otras amigas», asegura. Otra cualidad reconocida fue su paciencia con la gente. Tenía, dicen, mucha psicología y casi nunca ponía mala cara a nadie.
Ricardo López Blanco, de la Asociación Rincones de Cantabria, cuenta que «Carmen siempre ha estado dispuesta a participar y colaborar en todo lo que hemos organizado».
Descanse en paz.
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