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Pío Jesús Santamaría junto a Rafael Moneo en la sede del Colegio.
Obituario | Pío Jesús Santamaría, exdecano del Colegio de Arquitectos

Un promotor de la cultura siempre abierto a nuevos conocimientos

Eduardo Fernandez-Abascal Teira

Arquitecto

Miércoles, 7 de febrero 2024, 01:00

Conocí a Pío en Valladolid en 1973, el año que empecé a estudiar arquitectura. Era de Santander y veterano, había comenzado sus estudios un año antes. Los años de Valladolid, fueron duros pero atractivos; duros por la carga de trabajo y la excesiva exigencia de los exámenes; pero atractivos porque significaron nuestro acceso al mundo de la arquitectura, con el impulso de algunos profesores entusiastas como Leopoldo Uría; porque nos permitieron disfrutar de una ciudad culturalmente activa, especialmente en el mundo del cine y porque vivimos los convulsos años de la transición, con cierre de la Universidad incluido. En esos años recuerdo a Pío dibujar con pulcritud estatuas clásicas en las aulas, apuntes callejeros en Valladolid o Dueñas...

Los años siguientes, tras aprobar tercer curso, tuve menos contacto con PJS, que continuó sus estudios en Barcelona mientras yo terminé en Madrid. Los años en Barcelona marcaron mucho a Pío, la ciudad en un estado de gracia, los arquitectos de la escuela de Barcelona, la cultura catalana...

Tras años de escasa relación volví a coincidir con Pío en el Colegio en Santander, a principios de los ochenta, trabajando en una intensa actividad cultural. Participó activamente en la organización del concurso del Palacio de Festivales -1981, de donde surgió el magnífico edificio de Oiza-; contribuyó directamente en la valoración de la obra de Ángel Hernández Morales y Ricardo Lorenzo, dos de los arquitectos regionales más interesantes del siglo XX; organizó numerosos viajes culturales, recuerdo especialmente el viaje a Oporto; diseñó y coordinó numerosos ciclos de conferencias. Fue pieza fundamental en la laboriosa creación de las Bienales de Arquitectura y los Talleres, contando en los inicios con la colaboración de Ernest Lluch, entonces rector de la UIMP, y de la Fundación Botín; fue jurado en diversos concursos y bienales; intervino en la elaboración de la exposición y libro/catálogo sobre la casa en Cantabria 1920/1995...

Los ciclos de conferencias y los talleres permitieron conocer en Santander la obra de los principales arquitectos españoles y algunos europeos, de diversas generaciones, y analizar y plantear atractivas propuestas sobre temas de la región y la ciudad: la costa, el territorio pasiego, el Cabildo..., supliendo en cierto modo la ausencia de una deseada escuela de arquitectura. Aquí estuvieron desde los maestros de la arquitectura española como Miguel Fisac, Oriol Bohigas, Julio Cano Lasso..., hasta los arquitectos de las generaciones más jóvenes, como Enric Miralles, Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón... otros de las generaciones intermedias, Alberto Campo Baeza, Josep Lluís Mateo, Antonio Cruz y Antonio Ortiz, José Ignacio Linazasoro... y otros arquitectos europeos como Aurelio Galfetti, Umberto Riva, Tony Fretton...

Entre otros pudimos disfrutar de cuatros premios Pritzker, Rafael Moneo; Anne Lacaton y Jean Philippe Vassal; Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta y un joven Eduardo Souto Moura, que viajó en moto desde Oporto. Posteriormente, durante los años 2005-2009, PJS fue decano del COAcan, en los difíciles tiempos de la crisis.

Como arquitecto proyectó diversas obras, viviendas, espacios urbanos... y construyó en los años 85-92, junto al maestro Francisco Javier Asís Cabrero y José Cabrero, una de las obras modernas más interesantes de la ciudad de Santander, la rehabilitación y ampliación del Convento de las Salesas de Joaquín Rucoba para destinarlo a Palacio de la Justicia.

De fácil y precisa pluma, PJS escribió divulgativos y críticos textos de arquitectura en El Diario Montañés, la Gran Enciclopedia de Cantabria, la Guía de Arquitectura de la Ciudad de Santander, la revista BAU, Componente Norte... Su voluntad docente, le llevó a ser profesor de la Escuela de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos de Santander en los años ochenta, dando clases de historia y análisis.

Pío era un hombre culto, lector insaciable, buen colega, ameno conversador, excelente compañero de viajes, comidas y largas sobremesas... Un niño grande, abierto siempre a nuevos conocimientos. Recordar a Pío es recordar Oporto, los Maia de Eça de Queirós; las obras de Fernando Távora; los fados de Amália Rodrigues; el bacalao dorado; Río de Janeiro; la playa de Copacabana; la Garota de Ipanema, de Vinícius de Moraes y Antonio Carlos Jobin; las esculturas barrocas de El Aleijadinho en Congonhas, Belo Horizonte; las curvas de Oscar Niemeyer y Burle Marx; Biarritz; Barcelona; 'El cuaderno gris' de Josep Pla; el Ticino; Ojaiz...

Se fue, como vivió, silenciosamente. Le recordaremos.

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